Lo de América latina es una denominación cuando menos chocante, que solo demuestra que los italianos son especialistas en apuntarse los méritos ajenos, como se apuntaron al bando victorioso un cuarto de hora antes de que finalizaran las dos guerras mundiales, lo que les permitió estar del lado de los ganadores en el reparto del botín de postguerra a costa de las naciones derrotadas en ambos conflictos. Los italianos también han conseguido que un territorio ‘descubierto’ (con todos los matices que hay que dar a esa expresión hoy en día) por los españoles acabara siendo bautizado con el nombre de un italiano y que estos se atribuyeran el descubrimiento a cuenta de la supuesta italianidad de Colón, que sería como decir que los alemanes fueron los primeros en llegar a la Luna porque Wernher Von Braun fue alemán.

DICTADURAS DE IZQUIERDAS Y DE DERECHAS.

¿Latina? ¿Qué proporción de territorio colonizaron los italianos o, para el caso, los franceses para que la denominación preferentemente usada ahora sea América Latina, o su abreviación LATAM, en lugar de Iberoamérica, que sería la lógica? En fin, el caso está cerrado porque oponerse al lenguaje consagrado por los hablantes, cultos o incultos, con razón o sin ella, es como estrellarse contra un muro.

Pero vayamos al tema de este artículo, que no va de palabras ni denominaciones, sino de actualidad y el peso que el pasado tiene en ella. Y de actualidad es la reciente elección de un congreso constituyente en Chile que, en el fragor de la batalla política, ha acabado dominado en dos tercios aproximadamente por representantes de la izquierda radical. España, Portugal, Chile o Argentina, por un lado, y Cuba o ahora Venezuela por otro, son una demostración palpable de que lo único bueno, si se puede hablar así, de las dictaduras fascistas de derecha es que de ellas se sale en algún momento.

De las de izquierdas no se puede decir lo mismo. En Cuba, una dictadura militar campa por sus respetos desde hace décadas, y del régimen bolivariano de Maduro, asentado en el ejército y el lumpen más abyecto, no hay salida a la vista, más bien lo contrario. Chile, por otra parte, puede llegar a ser un ejemplo patético de la conquista por los comunistas del poder a través de medios democráticos (como sucedió en los países de Europa del Este- para quedarse después en él indefinidamente, como lo intentó sin éxito Morales en Bolivia, el propio Allende en Chile o con rotundo éxito Hugo Chávez en la malograda Venezuela. Eso de las transiciones democráticas nunca le ha sentado bien a la izquierda latinoamericana. Chile (un caso de éxito como España en su transición a la democracia heredando del dictador una exitosa economía de mercado) se enfrenta ahora a unos años de incertidumbre con unas negras perspectivas en manos de una Constitución izquierdista, como la que provocó un atraso económico de veinte años en Portugal tras la revolución de los claveles.

Pero no hay que echarle toda la culpa a los izquierdistas latinoamericanos, montados en un nuevo ciclo de acceso al poder, con la notable excepción de Ecuador. Méjico está gobernado por un populista de izquierdas. Bolivia vuelve a las andadas y Argentina ha recaído en las tentaciones de una cosa indescifrable para los no argentinos llamada peronismo. Y digo que no tienen toda la culpa porque el izquierdismo en América Latina hunde sus raíces en los imperios que dominaron esas tierras durante tres siglos a partir de ‘la conquista’, otro término en profunda revisión.

Al contrario de lo que establece la leyenda negra, al imperio español en América les sobraron escrúpulos morales (véase las leyes de Indias) y le faltó visión comercial. La demostración de que la colonización ibérica fue mucho más respetuosa con indígenas y esclavos que la británica se deduce de la contemplación de la realidad actual de las poblaciones como la cubana, mejicana, brasileña o boliviana, por un lado, y de la norteamericana por otro. Los negros siguen machacados por los descendientes de la mayoría anglosajona blanca en Estados Unidos, y no hablemos de las reservas que condenan a los restos de la población india original a la marginalidad social y a niveles de adicción comparables a un genocidio.

Los Reyes Católicos enviaron, junto a los típicos colonizadores con mucha ambición y pocos escrúpulos, una legión de funcionarios, oficiales del Ejército y monjes, fundamentalmente franciscanos y dominicos, seguidos por los inteligentes y creativos jesuitas. España, y Portugal a partir este del regalo del inmenso Brasil mediante el tratado de Tordesillas bendecido por el Papa, se aplicaron a establecer una administración enorme con el fin de explotar sistemáticamente a la población indígena y a los esclavos importados de África en las minas y en las tierras de cultivo. El sueño de los Reyes ibéricos era establecer una burocracia eficiente para extraer las riquezas mineras en beneficio con el objetivo de sostener a sus ejércitos para luchar contra turcos primero y después protestantes renegados de la fe verdadera después.

CATÓLICOS Y PURITANOS.

Como describe perfectamente John H. Elliot en su magnífico libro Los imperios del Atlántico, la intención de los británicos, y también de los franceses, que llegaron más de un siglo más tarde a la parte de América que a los españoles y portugueses no les dio tiempo a colonizar, era copiar a los dos imperios ibéricos y vivir de los indios sin pegar un palo al agua. Pero los colonos británicos, armados de esas ‘sanas’ intenciones, se encontraron con una población indomable que se resistió a la esclavización como gatos panza arriba. De hecho, los indios laminaron la primera colonia y los británicos tuvieron que esperar una generación más para lanzar a los colonos del Mayflower, que esta vez sí arraigaron en tierras americanas. De ahí nacieron dos herencias diferentes para los descendientes de los colonos europeos en América: una católica basada en un Estado centralista y poderoso, generadora de sociedades divididas entre una minoría elitista y mayorías populares empobrecidas, y otra puritana basada en la ética del trabajo, del libre comercio y del mérito personal.

De ahí a Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, el manifiesto que inspira a generación tras generación de izquierdistas latinoamericanos, hay un camino comprensible. Lástima que el socialismo y la igualdad económica de diseño produzcan sociedades estatalistas y burocratizadas condenadas a la ineficiencia y al empobrecimiento irreversible de sus economías y de sus ciudadanos, alimentando de esta forma la pulsión izquierdista, en una espiral descendente e imparable. Para ejemplo en el pasado, Cuba y Venezuela. Y me temo que, para ejemplo en un futuro, Méjico y Chile.