Conceder prebendas a los inoculados por el virus nacionalista es no conocer a los nacionalistas. Seguirán pidiendo y pidiendo más y más, reafirmados en que, lo que les has dado, propiedad suya era y no prebenda concedida. Siempre se consideran con derecho a más, siempre. No tienen tope. En el caso de los nacionalismos, ni la independencia les bastaría. No doy ideas, porque ya las tienen: reclamaciones territoriales de zonas limítrofes, indemnizaciones brutales, mantenimiento de enseñanza a los absorbidos del antiguo Estado… Y muchas otras más que su enferma mentalidad irredenta inventará.

Así las cosas, seguro es que los indultos a los condenados por sedición no traerán la concordia. Ni mucho menos. Será, como decía Pitágoras, atizar el fuego con la espada. Tras el indulto, exigirán amnistía, y luego, referéndum de autodeterminación con sus reglas, TV3 controlada y ocupada por ellos. Y resultados también apañados por ellos. Actualmente son el 52% de la masa votante en las últimas elecciones; con una abstención del 50%. O sea, los independentistas son el 26 % del censo. Con una abstención menos, no pasarían del 45%. Y con una campaña referendal de tres meses, con una televisión imparcial y neutral, todavía menos. Y así todo. Son minoría; lejos, no ya de 51% de la mayoría social, sino más lejos aún del 55% que la ONU exigió a Montenegro para separase de Serbia.

Pero, vuelvo al principio: pensar que la concordia vendrá de la concesión de indultos es mentirse a sí mismo. O hacer creer que se miente a sí mismo. Como le ha dicho el barón de Castilla La Mancha, es dinamitar la base del PSOE, más de lo que ya lo ha sido en Madrid. Es como empeñarse en que el efecto Ayuso se expanda a España entera. Todos sabemos de quien hablo, claro. No sólo es inútil para la siembra de la concordia en España, es que es contraproducente. Perderá votos por un chorro incontenible. Y no todos irán a la abstención. Eso, claro, si respetan los resultados de las elecciones.

Hablar de venganzas y revanchismos en el cumplimiento total de las penas decididas por el Tribunal Supremo es un dislate de tal calibre que sólo en una situación de dictadura es pensable. El independentismo catalán, también el vasco, es un cáncer al margen de la quimio y la radioterapia. Es para siempre. Ojo, he dicho el independentismo catalán, no Cataluña. Idem en País Vasco. Una anomalía democrática en el reparto del voto, les dio, desde la Transición, un exceso de representación en las Cortes españolas, imposible de parar. Sería la causa más justa de cambiar la Constitución, alterar esa sobrerrepresentación.