Con los poetas ocurre un fenómeno curioso. Siempre son jóvenes en nuestra imaginación. Cuando en una librería atrae mi atención un libro de algún poeta al que me he acostumbrado a conocer solo por el nombre, pues no son autores que reciban a menudo las luces de los medios, lo imagino joven y lleno de vida, da igual la edad que tengan o el tiempo que haya pasado desde que lo leí por primera vez. Y luego, cuando los ves retratados en la solapa o en las noticias, se hace difícil asimilar la imagen real con la que se ha formado en la imaginación.

Es un fenómeno parecido al que se produce cuando un día, que llega también de forma brusca y repentina, descubres que tu padre ha envejecido. Durante mucho tiempo, décadas, tu padre es para ti invariablemente el mismo que te contaba cuentos cuando eras pequeño. No percibimos en él los estragos de la edad, ni en su piel ni en su mirada, ya que no lo miramos con los ojos, sino con el corazón.

El órgano de la vista está ocupado con las cosas prácticas y no sirve de mucho para mirar a quien está en el otro lado de las cosas. Donde está también la poesía. Cuando llega ese brusco despertar y percibimos sus manchas en la piel o su mirada ausente, nos creemos traicionados por nuestros sentidos. Pero lo que ha ocurrido es que acabamos de abandonar la infancia y hemos cruzado al lado en el que las cosas envejecen.

Si nos resulta difícil asociar la imagen de la vejez con la poesía es porque los poetas no han cruzado del todo la frontera odiosa de la realidad y siguen viviendo en la infancia. O al menos es desde allí de donde surgen todavía sus palabras. En el periódico del martes aparecía la poeta Dionisia García entrevistada por Pascual Vera, que se atrevía a asegurar que tiene 92 años.

Dos años más que mi padre, que cada tarde, según me cuenta mi madre, se encierra en su habitación a escribir versos como si su memoria, que apenas es capaz de retener lo que hizo por la mañana, le llevara de vuelta al territorio misterioso de la infancia, donde está la fuente de la poesía.

Lo dice de una forma muy hermosa Dionisia García en la entrevista: «Yo creo que el tiempo no camina, sino que permanece inmóvil, es por el tiempo por donde discurren los seres que pueblan la vida; somos nosotros los que pasamos por el tiempo, estamos inmersos en él». Por eso con la poesía nunca nos abandona del todo la infancia.