Voy a luchar por mi honor y por mi nombre». Así de contundente y enfadado se mostraba el presidente de la Asamblea Regional, Alberto Castillo, ante su próxima expulsión del partido que lo encumbró a dirigir el Parlamento regional.

El problema, es que a veces, un árbol no deja ver el bosque, y mucha gente es incapaz de realizar la más mínima autocrítica y la cambia por la justificación para avalar sus actos. Cuando esto ocurre, está ya todo perdido.

En la Asamblea Regional hace ya un tiempo que se ha perdido el honor, en concreto desde que en 2019, con una Plaza de Belluga abarrotada, Inés Arrimadas crucificó a Ciudadanos con aquella famosa frase que ilusionó al menos a la mitad de la población.

El grupo político al que todavía pertenece el presidente Castillo, decidió cambiar la palabra dada a la ciudadanía, y cuando eso ocurre se da el paso previo a perder el honor.

La siguiente deshonra estuvo a cargo de los propios miembros del Gobierno regional pertenecientes a Ciudadanos, pues no solo demostraron deslealtad, sino a veces su provocación traspasaba cualquier línea roja.

Vox se encargó de dar el primer rejón de muerte al honor. Curiosamente los mismos que se autoproclamaron abanderados del amor a este país y el honor de representarlo, se convirtieron en unos traidores sin escrúpulos, en unos crápulas, pervirtiendo las normas y prostituyendo la institución.

Pero aún quedaban más deshonras por ver, aún no habíamos tocado fondo; estábamos en el barro, nos faltaba llegar al lodo.

Cuatro diputados, entre ellos el propio presidente Castillo, tras firmar una moción de censura, aunque fuera con nocturnidad pero sin alevosía, decidían vengarse, no de sus compañeros de moción, sino de su compañera Ana María Martínez Vidal, dejando a la ‘novia’ a la puerta del altar de San Esteban.

Si la cosa hubiera quedado aquí, estaríamos simplemente ante un acto de venganza humana, que incluso algunos lo hubieran entendido, principalmente los antropólogos y algún que otro psicólogo, pero no, decidieron que el poco honor que les quedaba debían comprarlo al precio que fuera, sin saber que el honor no se compra ni se vende, sino que se gana o se pierde.

Si Vox prostituyó el reglamento de la Asamblea, retorciendo el Derecho, los cuatro diputados tránsfugas de Ciudadanos abusaron de él, se rieron no solo de las leyes, sino del mismísimo Consejo de Gobierno, utilizando éste como si fuera un juguete, y lo que es peor, del millón y medio de murcianos y murcianas.

Lamentablemente, aquellos que aún con su presencia están justificando una Asamblea ‘ilegítima’, dando normalidad a una situación cuando menos deshonrosa, también están contribuyendo a su propia hecatombe, y es que nadie debe olvidar que si hay algo por encima de las leyes y la política, son valores como el honor.

Lo siento, Alberto Castillo, la institución que usted preside ya no tiene honor.