E n la pantalla, una playa y un chico negro que llora en el hombro de una voluntaria de la Cruz Roja. En la cabeza de ciertos idiotas, ¡es el magreo de un negro zumbón! Pese a que se amplía luego la imagen y, de fondo, vemos un enjambre de médicos en torno a su amigo, que está inconsciente a unos metros, ¿crees que alguien se disculpa? ¿Que se la envainan? Pues no. Hay gente que ha confundido el buenismo (esa pose irritante) y la bondad (esa virtud), y mezclando estas dos cosas diferentes renuncian a ambas. Para que no los tomen por buenistas acaban siendo malistas. Desalmados, vaya.

De la misma forma que cierta izquierda ha cogido alergia a la libertad por verla siempre en las manos de la derecha, cierta derecha ha renunciado a la bondad, a la compasión y a la empatía por oírlas siempre en la boca de la izquierda.

Es una renuncia suicida de la que ha brotado la tribu de la falsa incorrección política, en la que vemos gente obsesionada con reírse cínicamente de cualquier cosa que se parezca a la generosidad y con escupir en la cara de las buenas acciones. Les parece tan mal el bien, que organizan una turba para atacar a una enfermera, hasta tal punto que esta acaba cerrando todas sus redes sociales.

Celebran la indignidad y el insulto. Se embravan en grupo y, por cagarse en lo que debiera conmover a cualquiera, se creen más valientes que nadie. Pero la verdad es que son cobardes. La pose tener más cojones que nadie y recalcarlo a base de alaridos y risotadas es un disfraz de la cobardía. Hay que tener valor para mirar a los ojos al que está peor que tú, hay que atreverse, porque la desgracia ajena violenta nuestro bienestar.

Si uno piensa que lo correcto es cerrar las fronteras y devolver a todos los inmigrantes ilegales, me parece muy bien: pero esta postura ideológica no debería traducirse en negar la realidad del dolor. Sostener que un hombre desesperado está magreando a una enfermera, o que un bebé al que un hombre sostiene empapado sobre las aguas es un muñeco, o que un legionario que ayuda a saltar la valla a un niño es un colaboracionista con el invasor son formas de rehuir los espejos.

El buenismo es una pose lamentable. La idea de que la inmigración ilegal no supone ningún problema, una ingenuidad. Pero el impulso de reír a carcajadas ante imágenes como las de Ceuta es una reacción cobarde e histérica.

Si pensáis que todo eso no es problema nuestro, sencillamente echadle narices. Defendedlo sin negar que es jodido.