A menudo me sorprendo buceando en la etimología para emparentar con el griego o el latín clásicos muchos términos de nuestra lengua, y no puedo evitar recordar a Gus, el padre de Toula en aquella divertida película estadounidense de 2002, Mi gran boda griega, protagonizada por la que es también su guionista, Nia Vardalos, y que procedía exactamente así.

Una etimología popular griega dice que el nombre ‘númida’ viene de la palabra griega de la que deriva nuestro ‘nómada’. Hay quien, por el contrario, opina que los griegos habrían creado la palabra a partir del nombre de esta tribu bereber, procedente de la onomatopeya de la que griegos y después romanos crearon bárbaro en alusión a su forma de hablar, que les parecía incomprensible, similar a la onomatopeya que nosotros usamos en ‘blablabla’ para referirnos al parloteo ininteligible o sin sustancia.

Este pueblo autóctono del Norte de África se autodenominaba ‘amazigh’, que significa persona libre, preciosa forma de describirse, siendo como es la libertad un bien tan preciado y tan mal entendido como imposible en la práctica en muchas ocasiones y tantísimos lugares, debido a circunstancias políticas, sociales y económicas.

El hecho de que la palabra ‘nómada’ esté ya presente en el Edipo Rey de Sófocles o en La Política de Aristóteles, me reafirma en la idea de que su origen es griego.

La metáfora de la vida como viaje (Cuando emprendas tu viaje a Ítaca…) tiene raíces profundas, y el archiconocido poema de Kavafis, Ítaca, así como la versión musicada de Lluis Llach, está en la mente de muchos cuando se aborda este tema recurrente en las conversaciones acerca de nuestro pasar por el mundo, ese paréntesis entre dos nadas que somos, en palabras de nuestro último y recién fallecido Premio Cervantes, Francisco Brines.

Esta semana nos sorprendía la muerte de otro grande: un artista italiano socialmente comprometido que trascendió sus fronteras patrias con su arte y nos ha dejado un legado universal en distintas disciplinas, Franco Battiato. En 1987, en plena gira de su segundo álbum, Nomadi, era presentado como una de las grandes promesas de la música italiana. Hace apenas cuatro años tuve la suerte de disfrutarlo junto a mi amiga Isabel Buendía en La Mar de Músicas en Cartagena. Ambas nos impregnamos de sus melodías, que se quedaron con nosotras y pasaron a imbricarse con nuestras experiencias y a alimentar el sustrato del espíritu, como suele ocurrir también con ciertos libros o determinadas películas.

Así sucedió con la última que he visto, acompañada por quien no solo sabe disfrutar de los momentos únicos de la vida sino, lo que es aún más importante, compartirlos, José Luis Montero: Nomadland, película estadounidense escrita y dirigida por Chloé Zhao, basada en la novela de Jessica Bruder Nomadland: Surviving America in the Twenty-First Century. Una espléndida Frances McDormand, también productora de la cinta, que ha merecido un Oscar por su papel protagonista, interpreta a una mujer que abandona su pueblo natal para emprender un viaje por el oeste de Estados Unidos.

Haciendo gala de la que para mí es su mayor virtud, su naturalidad, McDormand nos trasmite sin aspavientos ni dramatismos la pérdida del ser querido, trocando el zarpazo en una caricia sutil. La película se centra en la historia de la protagonista y en su duelo particular, en su forma de despedida, o más bien de no despedida a su marido, fallecido de cáncer, a quien menciona en un momento del diálogo con otro de los personajes que se prepara para su muerte emprendiendo por segunda vez el que había sido su viaje preferido, convirtiéndose así en un destino poético, como la fotografía de la escena o la despedida de sus amigos, corpore absente.

La crítica social del libro queda velada en la película, alegoría de opciones posibles de vida y también de muerte, formas de transitar por la existencia, más allá del viaje en la caravana, donde hasta las averías y contratiempos encuentran su paralelo en la enfermedad y los problemas a los que todo ser humano debe enfrentarse. De fondo queda el falso sueño americano y cobra relieve el individuo, un peón anónimo en el engranaje económico, pero libre de elegir no alienarse integrándose por la fuerza y, aun dentro de sus limitadas posibilidades, de no estar donde no quiere estar.

Vuelvo a Battiato, al lenguaje universal de la música, a su centro de gravedad permanente y a la poesía de la letra de su Nomadi para poner el broche a este artículo, deseando que el nuevo camino que acaba de emprender haga honor a su nombre, como lo hizo su vida:

Caminante que vas buscando

/ la paz en el crepúsculo

la encontrarás, la encontrarás

/ al final de tu camino.

Forastero que buscas

/ la dimensión insondable,

la encontrarás fuera de la ciudad,

/ al final de tu camino.