No todo estaba escrito en las novelas de espías. Aún faltaba por reflejarse la espera, la parte oscura del hombre que acaba su jornada de observancia y se encierra en su cuarto a fumar, la ambigüedad y la distancia con la humanidad, el no saber qué es lo bueno y lo malo, o peor aún, la certeza de que el mal es el único camino de la vida. El espía es alguien que se diluye en otros. Cambia de nombre, varía el aspecto y adquiere otra personalidad. Las ciudades por las que pasa son meros escenarios de batalla. La gente a su alrededor, víctimas o protegidos, no sabrán de su existencia jamás. Oirán el eco de un disparo para evitar el estruendo de una bomba. Son fantasmas que creen vivir en un mundo tangible. Experimentan la duda metódica de si se puede hacer el bien a través del dolor y la violencia. Esa es la perspectiva que le faltaba a las novelas de espías. Y es precisamente lo que ha escrito Javier Marías.

Tomás Nevinson, editado por Alfaguara, es la última novela de Javier Marías. Pero también es una conciencia atormentada que nos acompaña en la lectura. El narrador es un espía medio retirado que parece volver a la acción. Se enciende una luz parpadeante un día de invierno en Madrid. Recibe una visita que le ofrece hacer un último trabajo. Algo turbio, relacionado con ETA y el IRA. Estamos a finales de los noventa, un tiempo lo suficientemente corto para hacerlo nuestro, lo excesivamente largo para haberlo olvidado. Fueron los años de Miguel Ángel Blanco, de Jiménez Becerril y su esposa, Ascensión García, los tres tiroteados en la nuca sin previo aviso. De fondo, el recuerdo de los atentados de Hipercor y la casa-cuartel de la Guardia Civil en Vic. Una España ensangrentada que aún no ha resuelto sus crímenes y que late en el memoria colectiva de la sociedad.

Javier Marías desarrolla la otra cara de la moneda que expuso en Berta Isla, novela publicada en 2017 y que abordaba la trama desde un punto de vista original. Berta es la mujer de Tomás Nevinson y espera años y años a que su marido aparezca. Es un libro íntimo, lleno de reflexiones continuas (qué es la escritura de Marías sino un cuestionamiento continuo de la conciencia), que muestra el mundo del espionaje desde el desconocimiento, la familia que sufre en la ignorancia las idas y venidas del marido, del padre, los desvelos y las explicaciones insuficientes. Tomás Nevinson no es una mera continuación, pues ambos libros se pueden leer de forma independiente, pero como en los dípticos góticos, muchas escenas cobran un sentido diferente si se tienen enfrente.

Leer Tomás Nevinson supone apreciar un dominio de la sintaxis apabullante. Javier Marías es uno de los escritores en español más originales en estos términos. Y lo consigue con un estilo tan cartesiano como cerebral. Las oraciones discurren por el papel de la mano del pensamiento, rozando a veces una idea y desembocando en un final inesperado. Y sin embargo, utiliza un tono cercano no exento de erudición. Porque el lector de las novelas de Marías también se embarca en un catálogo de citas de la literatura inglesa, desde Shakespeare a Eliot. Cuanto más dramático sea el momento, más intenso será el paralelismo con los grandes de la lengua británica.

El escritor nos propone en la novela dos niveles de lectura. El primero de ellos podría definirse como una historia sentimental del terrorismo en España. Es indudable que las víctimas de ETA conforman un pilar esencial de Tomás Nevinson, pero no a la manera de Aramburu, sino desde el punto de vista de la multitud. Marías describe cómo vivieron los días del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco diferentes personajes, ajenos a la historia política del país. Se detiene en su rabia e incomprensión. Extiende el relato hasta las lágrimas y el desconsuelo de ellos, y el lector poco a poco va recordando aquellos días, cada uno acomodándolo a su experiencia, y aquel verano infame del 98 es recuperado como un alegato contra el olvido. Por eso la novela también funciona como un conjuro memorístico. Leer nos obliga a estar alerta y a cuestionarnos qué hicimos nosotros entonces.

El segundo nivel de lectura es el retrato del espía. No hay heroicidad en su actitud. No hay privilegio en sus acciones. Es un hombre solitario que ha sembrado el daño por donde ha ido, a veces de forma intencionada y otras sin querelo. La vida despersonalizada de Tomás Nevinson hace que el lector sienta compasión por su destino, sobre todo cuando comprende que en la dialéctica de la violencia, el espía y el terrorista se miran frente a frente como en un espejo. Javier Marías logra que nos preguntemos qué son el mal y el bien, en una sociedad que encaraba los momentos más sangrientos contra el terrorismo, y el lector reflexiona sobre lo lícito que es detener la violencia con violencia. Es esa la clave de lectura de toda la novela, el pensamiento que se va diseminando en todos los capítulos y que va mellando la actitud de Tomás Nevinson, a través de la imagen del cazador que pudo matar a Hitler y no se atrevió a disparar.

La novela está escrita entre brumas, iluminada por un hilo de pensamiento que se va acelerando conforme se acerca el final. Demuestra Marías que para acercarse a la vida de un espía no hace falta que sea invierno ni estar a diez metros del Muro de Berlín. La cotidianidad de cada uno se refleja en los personajes más abyectos y nos sentimos reflejados en hombres y mujeres que fueron capaces de lo peor tiempo atrás. En la intimidad nos asemejamos todos. Y todas las vidas caben en un libro.