Será el calor o las ganas de salir del atolladero vírico que nos tiene medio atrapados, pero el caso es que el buen tiempo ya está aquí y, aunque muchos se resisten aún a despojarse de la camiseta interior y quitarse la chaqueta, yo soy de los que se va a dar el primer chapuzón en cuanto se presente la oportunidad. Ya lo hubiera hecho la semana pasada, si hubiera sido previsor y me hubiera echado el bañador en el paseo que me llevó desde mi casa en el Ensanche hasta Cala Cortina, donde algunos ya chapoteaban en nuestro espectacular Mediterráneo. ¡Qué envidia!

Nuestra única cala urbana era un auténtico hervidero el pasado domingo. Los aparcamientos, el restaurante y la propia playa estaban a reventar y el sol radiante ejercía su poder de atracción para las cientos de personas que convertían en un incesante trasiego la senda peatonal y el carril bici que transitan desde la plaza de la Isla hasta el primero de los túneles de la carretera de Escombreras.

El atractivo de nuestro puerto natural es incontestable y apreciado incluso por muchos foráneos que también son originarios de otras costas. Nuestros dos faros de la Curra y de Navidad, sencillos y robustos, se alzan como marcos de una puerta de entrada y de salida que lo mismo atraviesan grandes buques portacontenedores y enormes cruceros, cuyos cascos ocultan auténticas ciudades flotantes, que una pequeña lancha, un llamativo velero, el barco de unos pescadores o una fila de dinimutas embarcaciones de vela latina que navegan en perfecto orden y formación, como una bandada de pájaros o un banco de peces que se mueven al unísono, en perfecta coordinación y armonía.

Nuestros dos faros también siguen viendo pasar antiguos galeones reconstruidos o recuperados como los que nos visitan últimamente. O ven cómo modernos buques militares y el submarino más avanzado y tecnológico que existe en el mundo enfilan el pasillo que forman con sus franjas verde y roja.

Bellas estampas de mar del todo irresistibles para las multicámaras de nuestros smartphones, enmarcadas en ocasiones con grandes y lujosos yates con los que jugamos a soñar o hasta con llamativas plataformas off shore en la apartada dársena de Escombreras que, lejos de afear el cuadro, suman un nuevo atractivo.

La mezcla de naturaleza y humanización crea un ambiente diverso en nuestros muelles que enriquece su atractivo, concentrado en una bahía que lo abraza todo y lo protege desde tierra con sus cinco colinas.

No es de extrañar que un luminoso día como el del domingo pasado, tanto la Cortina, como la Curra o el faro de Navidad estuvieran a reventar de cartageneros que saben saborear su mar, como de algunos turistas que saben informarse sobre dónde está lo bueno.

Celebro que hace un par de meses, la presidenta de la Autoridad Portuaria y el almirante del Arsenal firmaran un convenio por el que el ministerio de Defensa cede al Puerto la zona del Espalmador y el muelle del Carbón, con el fin de que se convierta en una zona deportiva, de ocio y cultural abierta a todos los ciudadanos.

Quizá hasta podamos disfrutar de otra playa urbana, tan deseada por todos, aunque habrá que comprobar su viabilidad. En cualquier caso, el simple hecho de que nos abramos y nos acerquemos más a nuestro Mare Nostrum será con toda seguridad un motivo de alegría y se avanza en el proyecto de crear un eje peatonal y para ciclistas que una dos los dos faros. Será muy complicado hacerlo todo pegadito a la costa, porque es implanteable y del todo desaconsejable eliminar las instalaciones del Arsenal Militar y de Navantia, dos de los dos principales pulmones para el empleo de nuestra comarca. Lo que tal vez se pudiera analizar es la posibilidad de aprovechar sus potencialidades turísticamente, con visitas organizadas en pequeños y controlables grupos que seguro que se formarían, bien atraídos por los misterios e historias de una base de submarinos, bien por las claves de la construcción naval de grandes buques. Así se compensaría al menos el más que seguro desvío hacia el interior que suponen los astilleros y la gran base militar.

Otra cosa es el muelle de contenedores de San Pedro, frente al barrio de Santa Lucía, cuya intención por parte del Puerto también pasa por cederlo al uso y disfrute de los ciudadanos, aunque, antes, quiere garantizarse un espacio que no solo le permita acoger el tráfico que ya registra en esta zona, sino que incremente exponencialmente el movimiento de contenedores para convetirlo prácticamente en una nueva dársena o un nuevo puerto, en su ambicioso y enriquecedor proyecto de El Gorguel.

Seguro que antes o después, el actual muelle de contenedores será una prolongación del paseo marítimo del muelle Alfonso XII. O quién sabe si se habilitará como una nueva playa, un proyecto que ya se barajó hace apenas unos lustros, pero que quedó en el imaginario de los deseos, como también lo están la soñada urbanización de lujo con hasta campo de golf en los terrenos de la antigua Peñarroya o el supuesto telesférico que iba a cruzar la dársena de lado a lado.

Las posibilidades y el poder de cautivación de nuestra bahía y nuestros muelles quizá sean infinitos, aunque no conviene aturullarse, sino ir paso a paso, terminando una cosa para empezar la siguiente, sin prisa, pero sin pausa, con convenios como el firmado recientemente entre Puerto y Defensa. Quizá así, con el trasiego de un faro a otro, con el ir y venir de senderistas y ciclistas de todas las edades y con el proyecto de integración puerto-ciudad que se está desarrollando logremos acabar con ese falso tópico que nos persigue de que los cartageneros vivimos de espaldas al mar.