Ocurrió en Sevilla, en 2015. En pleno estallido de Podemos. Por aquel entonces, incluso yo, que venía del anarco-sindicalismo, les miraba escéptico pero como una posibilidad real. Estuve allí en una suerte de intento de prácticas de periodismo, cubriéndolo para una plataforma llamada Blasting News que dejaba publicar prácticamente a todo hijo de vecino y que ofrecía irrisorias cifras de dinero en forma de comisión según el número de visitas que tu artículo generaba.

Así que me presenté allí, a orillas del Guadalquivir, con un móvil con un flash regulero y poca experiencia en transcribir a toda prisa en un bloc de notas digital. Éramos 2.000 personas y el ambiente era de esperanza entre los asistentes. Mientras Teresa Rodríguez y Errejón se dirigían hacia el escenario, la gente les vitoreaba, les gritaba. En aquel entonces Íñigo estaba envuelto en la polémica del asunto de la beca, así que yo le miraba bastante receloso. Crítico. El asunto ocupó, inevitablemente, la mitad del canutazo que ofreció a los medios. Yo tomaba notas, aún sin haber entregado el TFG.

Y entonces ocurrió: una señora de la primera fila le agarró muy fuerte del brazo, tal y como solo puede hacer una señora del sur de España, y gritó con toda la sinceridad de la que fue capaz: «¡Íñigo, nunca nos abandones!». Él rio, incómodo. Otros cuantos del público se daban codazos. Yo estuve riendo durante puede que días. En el artículo fui bastante crítico con Errejón con lo que respectaba al asunto de la beca. No me gustaba.

De vuelta en 2021 y después de lo que ha pasado en las madrileñas, Monedero salió a hacer lo suyo y tuvo a bien desde su altar de superioridad intelectual el meterse con los votantes de Ayuso que, recordemos, son nada menos que el 44,7% (más votos que Cifuentes en una época en la que Vox conseguía los mismos escaños que la Falange, ahí es nada) de los madrileños que acudieron a votar. A la fuerza alguno habría votado alguna vez a Podemos, digo yo. Pero en fin. Errejón resumía perfectamente el problema de fondo para con esa parte anquilosada en el más rancio marco teórico y con olor a queso derretido que había poblado su propio partido: «Nunca entenderé que se llenen la boca hablando de pueblo y luego insulten al pueblo». Siempre ha sido ese el problema del sector Iglesias del partido, que por desgracia se acabó convirtiendo en el partido (o al menos en lo que percibimos de éste a través de nuestras televisiones) poco a poco a base de navajilla de afeitar: en realidad no soportan al pueblo. Al de verdad. No lo aguantan.

Nega, el rapero de Los Chikos del Maíz, y antiguo súper amigo de Iglesias, con quien llegó a escribir un libro de conversaciones, tras varios discos llenándose la boca con ser la ‘esperanza del pueblo’ y un adalid de la ‘clase obrera’, a la menor ocasión soltaba frases como: «Yo estaba estudiando mientras el resto trucaban sus Derbis». Y esa ha sido una importante razón de la deriva del partido.

No soportan al pueblo, al de verdad. No pueden saber cómo piensa un obrero real porque ellos estaban estudiando mientras que el resto trucaba sus Derbi Variant para subir al lago a hacer ‘piques’ o para dar por culo las tardes de siesta de agosto y hacer que los acelerones se escuchasen en todo el pueblo. Y odian a los ‘garrulos’, y se creen superiores intelectualmente a casi todo el mundo (aunque dicen que esta es una condición indispensable para creerte firmemente que mereces ser presidente de un país entero) pese a que ahora en campaña hablen de trap, perreo y de volver a las calles.

Y no sé si Errejón es o no más cercano de verdad o solo más inteligente, pero a la vista está que sigue ahí. Es el único actor de los mencionados que sigue ahí. Monedero e Iglesias han dejado, teóricamente, la política y el partido. Puede que Íñigo se mantenga, pienso ahora, porque haya entendido varias cosas, como que la estrategia de la confrontación, del lenguaje bélico, de señalar a periodistas, de combatir el fuego con gasolina, no iba a funcionar. Que al final resulta que la que tenía razón era Teresa Rodríguez, a quien guillotinaron con todo el dolor de mi corazón: el localismo es la respuesta. Es el eje trasversal en el que fundamentar la reestructuración de la izquierda. Solo que la derecha lo ha entendido primero así que lo ha robado y lo ha transformado en ese nacionalismo trumpista extraño. Socialismo o libertad, exclamaba Ayuso. Y claro, hay que ser gilipollas para no elegir libertad a poco que uno tenga un poco de dudas sobre lo que es el socialismo.

O puede que la transición de Errejón hacia la socialdemocracia haya sido tan natural como la mía propia y mera cuestión de la edad. En cualquier caso no dejo de pensar en aquella señora estos días y me pregunto si estará satisfecha y creerá que Íñigo Errejón no la ha abandonado, o si por el contrario se pregunta, como muchos otros y de forma muy legítima, que qué carajo le importará a ella Madrid.