Yo, señor, tengo derecho a ser de derechas, con perdón de la redundancia. Es decir, ejerzo mi opción ideológica con la misma libertad que cualquier otro ejerce la suya. Y la expreso. No invalida esta decisión personal que, en los partidos que albergan esta ideología, haya habido casos de corrupción. En la izquierda, además de haberse dado también casos, particulares y corporativos, de corrupción –imponentes– habita el vicio gubernamental del despilfarro, so capa de altruismo. Un altruismo que no busca sino copar todas las esferas del Estado, y hacerlas puras dependencias gubernamentales. El Estado no es el Gobierno. Dejen de ostentar, señores y señoras de izquierda –más bien detentar– banderas de puritanismo ideológico y superioridad moral. La lentitud de la Justicia española es cómplice objetivo de que la corrupción (en ambas márgenes del río de la vida política) y el despilfarro (más bien en una sola) campen por sus respetos en la vida social española.

Me defino como liberal conservador con la suficiente dosis de solidaridad social, y apertura mental, como para hacer primar la producción de riqueza a su reparto. ¿Qué se va a repartir si no se produce nada? El emprendimiento socioeconómico corresponde a los ciudadanos, y no al Estado, que existe para otra cosa.

En mi vertiente liberal no tolero que se intente cambiarme la mentalidad, ni la religión, ni la mayor parte de mis costumbres, respecto de las que yo mismo procuro ir adecuando a los tiempos. Y no impongo a nadie. Mi manera de hablar no es competencia del Gobierno, ni tantas otras cosas. La misión de un Gobierno, creo, no es otra que la de procurar la prosperidad de las personas. No educa el Estado, educan los padres, en primer lugar, y la sociedad en segundo; naturalmente salvo casos fácilmente señalables. El Estado existe para ser subsidiario de las personas, que son ciudadanos, no súbditos del Estado. Ya lo fueron de la monarquía absoluta. Es un retroceso hacerlos ahora súbditos del Estado, un Estado que ha sido abducido por el Gobierno, al borde de la legalidad, y desde luego mediante un proceder éticamente ilegítimo.

Acostúmbrense, gentes de la izquierda, a que la alternancia irregular entre izquierda y derecha es la clave de la libertad y la prosperidad, y por tanto la base desde la que ejercer la justa y debida solidaridad. El objetivo de la democracia no es el comunismo terminal y definitivo, máximo generador de pobreza mundial. Ni lo es tampoco, el Estado uniforme y autoritario sin fisuras. El objetivo de la democracia es la alternancia en el poder, que no en el Estado, de las ideologías democráticas, sin tentaciones totalitarias.