Pablo Casado lleva meses queriendo gobernar, aunque sea por la persona interpuesta de Pedro Sánchez, y en los últimos meses ha venido amagando con supuestos ofrecimientos de pactos, intentando convencerle, con su fina labia abulense y su sonrisa, de llevar a cabo esas propuestas políticas que finalmente nunca acaban de concretarse, bien porque a todas luces eran prácticamente imposibles de abordar en serio, o bien porque no había intención real de llevarlos a cabo, o por ambas cosas. Debe de pensar que igual le comen la tostada antes de tiempo y no le da ídem a ser presidente del gobierno ‘de iure’, así que quiere serlo ya, ‘de facto’, amparándose en que —debido a la pandemia— sólo hay una forma posible de hacer las cosas, que casualmente coincide con la suya.

Y a tal efecto anda el hombre elaborando proyectos de ley como el de pandemias, o proponiendo una Autoridad supuestamente independiente para —en palabras de Cuca Gamarra en el Congreso— «garantizar que la gestión de esos fondos se lleve a cabo con transparencia, con eficacia, con eficiencia, y que esos 140.000 millones de euros que no son de Sánchez […] se inviertan bien y generen el progreso que necesitamos entre todos». Y exigiendo que se aprueben cuanto antes, obviamente acordándolas con él (aunque su definición de acordar no significa necesariamente «partir dos o más personas de posiciones diferentes para, dialogando sobre ellas y cediendo algo cada cual sobre la suya, llegar a una posición intermedia aceptable para ambos», sino más bien «ofrecer a una persona o grupo de personas mi posición para que la acepte/n sin rechistar»).

Pero en esa misma rueda de prensa, Gamarra tuvo finalmente que admitir que el toque de queda, el elemento más repetido por los presidentes autonómicos cuando señalaban la conveniencia de prorrogar algo más el Estado de alarma, no está incluido en ese plan B jurídico que llevan meses vendiendo como supuesta solución para que las comunidades autónomas pudieran seguir luchando eficazmente contra la pandemia cuando aquel decayera… Veremos si no tiene Casado que exclamar al final aquello de Sancho Panza en su ‘sabrosa plática’ con la duquesa —en el capítulo XXXIII de la Segunda parte del Quijote— ante la posibilidad de que no llegara a concretarse su aventura de gobierno al frente de la Ínsula Barataria: «Y si vuestra altanería no quisiere que se me dé el prometido gobierno, de menos me hizo Dios, y podría ser que el no dármele redundase en pro de mi conciencia; que maguera tonto, se me entiende aquel refrán de ‘por su mal le nacieron alas a la hormiga’; y aun podría ser que se fuese más aína Sancho escudero al cielo, que no Sancho gobernador.»