Siempre pienso en lo mucho que me hubiese gustado tener algún talento. Y, cuando digo esto, me refiero a algún talento artístico. Reconozco que soy capaz de realizar con cierta soltura y destreza unas cuantas ocupaciones y labores; pero, lamentablemente, no he conseguido dominar el arte en ninguna de sus facetas. Si hay algo que debería evitar en público, por vergüenza propia y ajena, es cantar o, incluso, tratar de entonar cualquier pieza. Aunque, desde que soy madre, parezco haberlo olvidado por momentos, para desgracia de los que me rodean. Y eso que mi madre se esforzó apuntándome a solfeo cuando aún iba al colegio. Pero después de varias semanas intentándolo le pedí que me ‘sacara’ porque no fui capaz de diferenciar entre una corchea y una negra. Es simplemente una anécdota que ella dice que ya ni recuerda, pero marcaría para siempre mi incapacidad y mi complejo con la música. Si hablamos de pintura, tengo que reconocer que fue con aquel truco del 6 y el 4, que me enseñó mi abuelo, con el que dibujé mis mejores retratos. También intenté escribir poemas, pero esta vez fue mi profesor de literatura quien sutilmente me animó a dedicarme a los comentarios y críticas, pues no se me daban mal, y dejara a otros las rimas y la métrica. Con los años estudié periodismo, quizás –o no –fruto de aquel encargo.

Mi carrera profesional, por suerte, me ha acercado a tantos artistas que he disfrutado del arte y de las obras de otras muchas formas y maneras. Sin ser ni artista ni experta. También por mi trabajo, he coqueteado con la fotografía asumiendo que no soy más que una aficionada que, objetivo en mano, a veces incluso acierta. Pero, poco o a poco, asumí, con cierta pena, que las bellas artes no estaban al alcance de mis habilidades y destrezas.

Sin embargo, no he dejado que mi manifiesta insolvencia artística influyese en mi preparación para acercarme y apreciar la belleza. Mi ‘complejo’ artístico jamás ha impedido que leyese, escuchase música, acudiese a museos e, incluso, ahora esté estudiando Historia del Arte como segunda carrera. Porque, aunque considero que la sensibilidad artística es un don con el que algunos cuentan, no tengo duda de que hay que cultivarla desde la formación y la aproximación a sus diversas expresiones y estéticas. Y, con el tiempo, he descubierto que mi insatisfacción se calma y se serena contemplando y disfrutando la belleza que otros crean; porque la belleza siempre genera belleza. Será por eso, quizás, que puse un artista en mi lecho, en mi alma y en mi cabeza; porque, como cantaba Aute, yo también emprendo ese viaje de contar con la certeza de encontrar en su mirada ‘La Belleza’.