Descubrir el aire fresco y decir cada mañana que soy libre como el viento». Los entusiastas del rock andaluz habrán descubierto que se trata de una canción del grupo cordobés Medina Azahara.

En ese mismo álbum, Sin Tiempo, figura también Todo tiene su fin: premonitorio de lo que quería hablar.

Qué mejores inspiraciones para describir este ansia que nos ha invadido semanas cuando veíamos avanzar el ritmo de las vacunaciones y nos alegrábamos de cómo los contagios iban cediendo y se iban vaciando los hospitales de coronavirus. Aunque todavía pidamos menos pacientes, menos críticos y ni un muerto más que añadir a los 1.600 murcianos que nos han dejado por culpa del maldito bicho.

Se barruntaba que con el fin del Estado de Alarma se nos permitiría trasnochar sin estar pendientes del reloj y hasta salir desbocados (seguramente más todavía este primer fin de semana completo) a visitar otros lugares y otros parientes o amigos fuera de las lindes regionales, simplemente por el hecho de experimentar habernos liberado de ataduras, de sentirnos bien. Lo mismo harán otros que llegarán a la Región con la desesperación de no haber visto el mar en ocho meses y que traerán algo de esperanza a la maltrecha hostelería murciana. Esa de la que hay admirar su capacidad de sacrificio y de resistencia demostradas aún a costa de dejar en el camino muchas persianas que no volverán a levantarse.

Esta nueva normalidad recién estrenada es igual pero también distinta a la que ensayamos con gran fracaso en verano pasado. Se nos permite ahora lo mismo que en aquel mes de junio en el que Pedro Sánchez nos inoculaba el mensaje de «hemos vencido al virus y controlado la pandemia».

Pero es diferente porque tenemos a parte de la población más vulnerable protegida con la vacuna. Nuestros mayores, los que han pagado el tributo en vida física y psicológica y a los que este país les debe un reconocimiento por la entereza con la que han asumido esta tragedia, están a resguardo. Pero a los demás, visto lo del pasado domingo, hay que pedirles que sean conscientes de que deben comportarse con sentido común porque esto no ha terminado. No podemos permitirnos el lujo de volver a fallarnos entre nosotros.

¡Claro que necesitamos sacudiros las prohibiciones y los miedos! Pero no provoquemos que ese grito de «necesito respirar» sea el que se vuelva a oír a las puertas de las Urgencias de nuestros hospitales.

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