El espectáculo ofrecido por ciudadanos de Madrid, Barcelona, y otras poblaciones españolas por el final del Estado de alarma, como si con ese final el coronavirus dejase de estar en nuestras vidas, es para hacernos reflexionar a todos.

La Puerta del Sol, de Madrid, pongamos por caso, parecía cualquier nochevieja vivida allí hace años. La mayoría de los ciudadanos, sin mascarillas, sin mantener las distancias, gritando desaforadamente, cantando, haciendo todo aquello que nos han venido diciendo que no podemos realizar si pretendemos protegernos del coronavirus. Y eran jóvenes, sí, pero no adolescentes, tenían edad suficiente para saber qué estaban haciendo, y si no lo sabían, es un pregunta colectiva la que esta sociedad ha de hacerse sobre la capacidad de nuestros jóvenes para pensar, para asumir responsabilidades.

Las imágenes eran tan deplorables, hablaban tan duramente de lo que ocurrió en las calles madrileñas, que el alcalde de la ciudad, José Luis Martínez Almeida, portavoz a su vez del PP, tachaba de ‘lamentables’ los multitudinarios encuentros de jóvenes en distintos puntos de la capital, tras finalizar el estado de alarma, confesando que «libertad no es infringir las normas». Ya ven, la presidenta Díaz Ayuso ha basado su campaña en un concepto de libertad tan extraño como hacer cada uno lo que le dé la gana, y el alcalde nos vino a decir, muy sensatamente, que sí, que la libertad es lo más preciado que hay si se sabe utilizar, y que la libertad, por supuesto, es un concepto muchísimo más hermoso que eso de ponerse el mundo por montera.

Que tenemos una clase política muy poco responsable, es cierto. Que a todos parece importarles más sus propios intereses electorales que lo que ocurra con la ciudadanía; es la sensación que a todos nos queda, pero que no se den la más minima tregua es un poco cansino y desesperante.

Pablo Casado se ha desahogado diciendo cosas como «con Sánchez pasamos del estado de alarma al caos», afirmando que «será el responsable si hay otra ola sin que las Comunidades autónomas tengan la ley de pandemias que llevamos ofreciendo hace un año». Y en el colmo del disparate, más que nada porque los tumultos que se celebraron en Madrid no podían ser evitados por el Gobierno central, y sí por el de la señora Ayuso y el alcalde de Madrid, el líder del PP culpaba al Gobierno central de permitir las irresponsables aglomeraciones sin medidas de seguridad por haberse negado a aprobar, según el, una legislación que permita a las autonomías mantener restricciones de derechos fundamentales una vez finalizado el estado de alarma.

Asimismo, Pablo Casado, que votaba en contra de la prórroga del estado de alarma en el Congreso de los Diputados, mostrándose en el debate muy crítico con el confinamiento decretado para evitar los contagios por el coronavirus, desbarrando un poco al decir que «evidentemente, se evitan contagios encerrando en casa a 47 millones de personas, igual que se evitan accidentes laborales y de tráfico así también», ahora culpa al Gobierno central del desbarajuste callejero en algunas ciudades.

Ante lo ocurrido también en Barcelona, con las playas atiborradas de desesperados bebedores, Salvador Illa, el exministro de Sanidad, mostraba su preocupación por lo ocurrido la madrugada del pasado domingo: «Se acaba el estado de alarma pero la pandemia continúa. Hay que ser constantes en el seguimiento de las recomendaciones sanitarias y en el ejercicio de la responsabilidad».

Y si la pandemia continúa, ¿por qué se terminó el estado de alarma, sobre todo cuando el número de vacunados en España esta muy lejos de hacernos pensar que en el verano tendremos un 70% de vacunados? Para esto no tenemos respuesta.

Misterios de la política.