L a pandemia sigue. Mi amigo Bernardo nos recuerda constantemente que «esto ha venido para quedarse», y añade el montón de calamidades que nos esperan. Y, es que, la realidad no nos da muchos datos para el optimismo.

Las noticias son duras. Nos informan que un conductor, después de atropellar a un peatón, se da a la fuga. La prisa no le permite detenerse y asistir al herido. Otro día la noticia es una riña entre adolescentes ante la mirada de curiosos y viandantes que siguen su camino o disfrutan con el espectáculo o incluso lo graban para colgarlo en internet. Hay excepciones, como los dos o tres casos que recogía la prensa, en que alguien se ha atrevido a impedir la agresión a una mujer a costa de sufrir él mismo la agresión. Pero no es lo corriente. Lo más frecuente es lo contrario: la indiferencia, el pasar de largo, la huida.

Pasamos de largo ante demasiadas víctimas (los que piden a las puertas de las iglesias, los que duermen en la calle, los que no tienen trabajo, los que carecen de medios, los que no encuentran piso…); pasamos por alto nuestros compromisos (nuestros buenos propósitos, nuestros buenos sentimientos, nuestras buenas intenciones, la invitación de las asociaciones implicadas y que piden nuestra ayuda); pasamos olímpicamente de nuestras obligaciones (los que nos necesitan son a veces nuestros parientes, nuestros vecinos, nuestros paisanos, nuestro prójimo, nuestro hermano…); pasamos de puntillas sobre los problemas sociales (el paro, la inmigración, el acoso, la explotación, la violencia, la mendicidad…); pasamos por encima de todo para no complicarnos la vida. Tenemos prisa, no queremos mirar, no podemos detenernos, evitamos implicarnos demasiado. Queremos vivir a nuestro aire, y los demás… ¡que se arreglen como puedan!

Pero el caso es que no podemos evitar estar ya implicados en los problemas. Desde el momento en que vivimos en sociedad, es decir, que convivimos, que compartimos trabajos y servicios, no solo dinero o mercancías, no podemos evitar complicarnos la vida, porque ya la tenemos complicada, o sea, relacionada y dependiente de los demás y viceversa. Por eso no podemos hacer la vista gorda, ni mirar para otro lado, ni pasar de largo ante problemas y situaciones que afectan a todos, aunque sean otros los que cargan, de momento, con la peor parte.

Hay mucho dolor extendido por el mundo. ¡Muchísimo! La pandemia que sufrimos nos lo recuerda cada día. Las cifras que nos da son estremecedoras.

Y el Evangelio de Jesús nos advierte que ser cristiano es conocer que Dios está entre las mujeres y hombres que viven crucificados y nos reclama para que los ayudemos a bajar de la cruz. Y recordemos siempre que en un mundo sin amor todos los niños son huérfanos.