La escena urbana de la ciudad de Murcia tiene un nuevo protagonista. Se trata de un llamativo artefacto, un noedificio que alberga un nocasino de juego localizado próximo a un anodino cajón azul, en una de las más importantes avenidas de acceso a la capital de Murcia (también de salida). Su impacto visual es innegable y su jerarquía entre las referencias de percepción de la ciudad es alta. Nótese que este artefacto, siendo un remedo de valla publicitaria, no tiene cartel o aviso de que alberga un casino, aunque se sabe que lo es.

Se muestra grande, ostentoso, nada recatado, y sin embargo, no tiene fachada, tampoco cubierta, ni ventanas, parece vacío, se adivina un esqueleto tras la celosía de tubos rotos, de la que asoman unas protuberancias que en realidad son depósitos de agua en altura, sin duda funcionalmente vinculados al sistema contra incendios de la instalación, coronada por un frontón noclásico (no quería decir neoclásico) rectangular luminoso. De difícil comprensión y al menos para quien esto escribe definición y descripción, si se quiere utilizar un lenguaje riguroso.

Este Ulises no viene de Ítaca, está además festoneado por al menos tres locales (norestaurantes) de comida rápida del mismo origen cultural y geográfico. Viene de Las Vegas, ciudad rodeada por el desierto; el noedificio en cambio se localiza en nuestra ciudad mediterránea enclavada en un valle y rodeada de huerta, aparentemente desubicado, aunque sin duda el tiempo ayudará a su integración, o no.

En este noedificio habita un casino que es portaestandarte de una multitud de salones de juego que, inmunes (¿o es impunes?) a las medidas cautelares ocasionadas por el Covid-19, preñan la ciudad y componen (comprometen) también su imagen. De esto y aquello no podemos presumir y tampoco negarlo. Algún visitante puede pensar que en nuestra ciudad abundan odisilosos. Estos locales también relativamente nuevos tienen en el Tontódromo un representante paradigmático, es un espacio público de muy alta calidad mejorado recientemente por la Administración (no siempre le sale bien), y ahora agredido por el mismo concepto de fealdad.

Cuando en clase de Geografía (supongo que la asignatura subsiste) el maestro le pida a los niños que representen (dibujen) su imagen de la ciudad, es posible que alguno pinte a Ulisesd y/o incluso un salón urbano de juego, los tienen cerca. Lo asumo con resignación, no todo va a ser el inmafronte de la Catedral o la fachada del Moneo que habitan en la plaza de Belluga (cualquiera de sus fachadas tiene interés), la fachada principal del Ayuntamiento (¡ay las jaracandas!) en la Glorieta, el magnífico broche de la Gran Vía que es el edificio Banco Vitalicio (de Antonio Escario), la silueta de la torre de la Catedral sobre el valle central vista desde el Puerto de la Cadena o desde la llegada de Andalucía, etc. Lo que quizá no sepa explicar nuestro niño es qué es o hay en ese noedificio. Podría contestar a la pregunta del maestro que es un anuncio, una valla publicitaria con luces al modo de la escena urbana de la inevitable ciudad de Las Vegas, vete tú a saber. Sostengo que es complicado entender y describir el noedificio, quizá ese sea su mérito.

En todo caso Ulises es un aporte de nuestra contemporaneidad que, en mi percepción, no ha generado el merecido debate o controversia, la complacencia contemporánea habitual de nuestra capital no incentiva su consideración crítica, lo que viene a plantear dos hipótesis: mi percepción es errónea y Ulises no es tan trascendente o, alternativamente, nuestra sociedad civil está definitivamente desarticulada por la memez y la penetración salvaje de lo público (publicado).

Es de recordar incluso con agrado la existencia de debates sobre las intervenciones en la ciudad. Por ejemplo, el generado con la ampliación de las oficinas del Ayuntamiento con el controvertido entonces proyecto de Moneo, hoy perfectamente integrado en la pátina temporal de la plaza de Belluga. En orden al reconocimiento del mérito arquitectónico, bien podría postularse este noedificio que nos ocupa como candidato soporte a uno de los espectaculares empaquetados de algún discípulo del prestigioso Christo. Esta intervención daría aún más fama a la ciudad y a Ulises.

Hay un antecedente de cubrición o tapado de menor volumen pero muy interesante y que no me resisto a recordar, Se trata del velo que tapó aproximadamente en 1998 un elemento contemporáneo de la Catedral, el cuerpo volado que le brota por el lado que recae a la calle Oliver. Me refiero al camarín (absidiolo) de la capilla de Nuestra Señora del Socorro cuyo retablo e imagen son obra de Salzillo, a la que se accede desde la girola de la catedral y que fue reconstruido, una vez desaparecida la adherencia (antigua casa del sacristán) que la soportaba y acogía. Esta intervención de hormigón cubierta de plomo y ónice creada por Juan Antonio Molina, magnífica en mi opinión, fue muy cuestionada y objeto de intenso debate, tanto que hizo dudar al Cabildo de la Catedral y puso en un brete a la Administración responsable en asuntos de cuidado del patrimonio histórico y artístico. Así las cosas, la dirección general competente decidió tapar con una lona de color negro el camarín con la declarada intención de mitigar el debate y hacer olvidar el asunto a sus detractores y ciudadanos en general. Nun,ca se adoptó acuerdo adicional posterior alguno que yo sepa; sencillamente el velo con el paso del tiempo fue deshaciéndose de forma pacífica y el camarín integrándose en la Catedral y en nuestra percepción de la misma.

Lo de Ulises (por Odiseo) quizá sea más doloroso.