Me lo cuentan y aquí lo escribo, porque me piden que así lo haga las personas involucradas en este asunto. Luego, cuando lo he comentado por ahí, me han dicho que le ha ocurrido lo mismo a bastante más personal, nacido, criado o residente en esta Región que nos alberga. La cosa fue así.

A un hombre setentón lo llamaron para que acudiera a vacunarse el día tal en un punto de la ciudad de Murcia. A la persona que estaba al teléfono le preguntó si podía acudir con su esposa, nacida en el mismo año que él. Le respondieron que no, que ya la llamarían a ella, y, efectivamente, ocurrió muy pronto, y le dijeron que debía acudir a la Nueva Condomina justo al día siguiente de la cita de su marido. Así lo hicieron, él un jueves, ella un viernes, uno aquí, cerca de donde vivían, y otro allá, en el quinto pino. Por cierto, pudieron observar en la Condomina todo tipo de medios de llegada de los ciudadanos –no olvidemos que estamos hablando de personal entre los 70 y los 79 años, unos en mejor estado de conservación que otros-, así que los había que llegaban conduciendo sus vehículos, otros en taxi (costaba un pico y parte de otro), muchos acompañados por cuidadores, hijos, sobrinos, yernos o por un amigo que se había ofrecido. Y así recibieron ambos la primera dosis de la vacuna y fueron citados para la segunda, uno aquí el otro allá, uno un jueves y el otro un viernes.

Conforme se acercaba la fecha de la segunda dosis, el hombre pensó que podría intentar que ambos se vacunaran en el mismo lugar y el mismo día, que con 78 años en el cuerpo, la vida podría quizás sonreírles y que alguien viera lógica su petición, y, sin más, tomó el teléfono y marcó el número de su centro de Salud. En las primeras llamadas sonaba y sonaba y nadie aparecía. Por fin saltó una voz grabada explicándole que si quería una cita con su médico pulsara 1, y, si otra cuestión pulsara, 2. Pulsó 2, y no pasó nada, al poco se cortó la conexión. Lo intentó unas diez veces sin conseguir que alguien se pusiera al teléfono para que él pudiera hablarle de su problema, pero nadie respondió, así que tomó otro camino. Habían pasado 20 minutos.

El hombre, pensando en que su petición al menos merecía ser escuchada, decidió llamar al teléfono Covid de la Región, un número que acaba en 121212. Las cuatro primeras veces que lo intentó saltó una voz grabada que decía que todos los operadores estaban ocupados y que llamara tras unos minutos. A la quinta, la voz de un amable joven le respondió y el hombre se lanzó a explicarle su problema. Fue escuchado con paciencia por quien estaba al teléfono, y, cuando acabó de exponer su tema, el joven le dijo que él no podía hacer nada, que ni tenía allí las listas de citas, ni sabía nada de vacunas. El hombre le preguntó si podía darle alguna indicación sobre qué camino seguir, y le respondió exactamente con esta frase: «Llame usted a la Consejería de Salud, a ver si allí le dicen algo», y se despidió amablemente. Había pasado 17 minutos.

Nuestro amigo, - permítanme que ya lo llame así- pensó en darse por vencido, pero sacando fuerzas de flaqueza, marcó el número de la Consejería. Respondió una señora y el hombre pasó a explicarle pormenorizadamente su problema. Fue escuchado, y, cuando acabó, la señora le respondió que ella no tenía ninguna lista de citas y que tampoco sabía quién las tenía, acabando con esta frase que debería ser enmarcada y colgada en la puerta de acceso de la mencionada Consejería: «Yo, de usted, me presentaría allí con su mujer, y, a lo mejor, tiene suerte y el que esté le dice que pase y se vacune. Es que unos lo hacen y otros no, depende de quién le toque». Y colgó.

Y esta es la historia del hombre persistente cuyo fin les relato: efectivamente, la pareja se presentó en el punto de vacunación de él, expusieron su petición, que fue consultada con los técnicos que allí estaban, y aceptada por fin, en mi opinión, más que por ‘quién le había tocado’, porque el equipo de vacunación que allí estaba se dio cuenta de que a estas personas mayores debía facilitarles el acceso a la vacuna.

The end (Fin).