Película turca de domingo por la tarde en televisión. Argumento: un apuesto y reputado neurocirujano regresa a su casa después de un largo y exitoso viaje y se encuentra a su joven y bella asistenta durmiendo en el sofá. Terminan enamorándose, claro, como es de rigor. Se trata de La Cenicienta puesta al día, sólo que el príncipe es ahora un médico; ella sigue siendo la criada porque para qué vamos a cambiar.

Ignoramos por qué, pero hay últimamente en televisión una oleada de películas turcas de argumento fósil y profundamente machista, además de clasista y racista. En principio la película podría parecer inofensiva, pero nada es neutro y lo que en apariencia puede ser inocuo con frecuencia suele ser inicuo. En estos artículos hemos hablado en más de una ocasión de la importancia que tienen los transmisores culturales (películas, canciones, anuncios, videoclips…) en la difusión de determinados valores. Los valores que se transmiten en este caso abundan en la construcción de un marco de convivencia en el que los hombres son médicos y las mujeres friegan, en el que ellos son líderes y ellas están en un segundo plano, en el mejor de los casos; o lo que es lo mismo, de la pertinencia de la desigualdad entre hombres y mujeres.

Durante la cumbre de Turquía que ha tenido lugar este mes de abril, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea (primera presidenta de la Comisión Europea, hay que añadir) visita Turquía y se queda de pie durante la recepción del presidente turco, mientras que su colega, Charles Michel, presidente del Consejo de Europa y el propio Erdogan, presidente de Turquía, se acomodan en sendos asientos. Para ella no había silla. O lo que es lo mismo: para ella no había sitio. Quedó relegada a un sillón lateral. Lo explica ella misma en un vídeo.

Si no hubiera precedente se podría atribuir a un error de protocolo. Pero resulta que sí hay precedente. Cuando Jean-Claude Juncker visitó Turquía en 2017 para él sí que hubo silla junto al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, y junto a Erdogan.

Debemos insistir en el hecho de que en años anteriores no faltó ninguna silla. Tampoco hubo ninguna mujer. Nada es casual. Por todo ello, no parece que haya sido un olvido, en todo caso un olvido intencionado, una provocación del Gobierno turco hacia las mujeres en general y hacia la voluntad europea de ir hacia una igualdad efectiva en particular.

Parece evidente el empeño del Gobierno turco por señalar el sitio que deben tener las mujeres, así se trate de la mismísima presidenta de la Comisión Europea. Y su sitio es de pie, en la sombra, en la insignificancia. La propia Ursula von der Leyen, en su denuncia del hecho, dice que esto le ha pasado a ella que es una privilegiada por su status y su posición, una privilegiada en primer lugar por poder denunciarlo. Pero qué será de los millones de mujeres silenciadas, ninguneadas, anuladas. Eso en el mejor de los escenarios ya que, como sabemos, la anulación es la punta del iceberg de todo tipo de violencias.

Para comprender este hecho en toda su magnitud cabe señalar también que Turquía ha abandonado la Convención de Estambul, un tratado que combate la violencia contra las mujeres. Esto en un país en el que el 38% de las mujeres que se han casado sufrieron violencia física o sexual durante su vida, según una investigación de 2014 citada por las Naciones Unidas. Un país que ocupa el puesto 133 entre 156 países en un informe del Foro Económico Mundial de 2021 sobre la Brecha Global de Género.

Ursula Von der Leyen cita a Kamala Harris: «La situación de la mujer representa la situación de la democracia». Debemos permanecer muy vigilantes porque el fascismo avanza sobre Europa. El fascismo se llama machismo cuando se trata de los derechos de las mujeres. Esta reciente ola de fascismo tiene mucho que ver con el tsunami feminista que hemos vivido en este último lustro, es el coletazo de la bestia.

El fascismo no considera humanos a los que son de otra raza. Del mismo modo, el machismo no considera a las mujeres como enteramente humanas.