La Historia, como personas de grandes méritos han afirmado, y continúan afirmando tantas veces, tiende a repetirse. Es, de hecho, un precioso juego de repeticiones; comparecen, ante el ojo avisado, versiones aparentemente nuevas de hechos antiguos; contemplamos el regreso de arquetipos; recaídas alarmantes acompañadas de recuperaciones milagrosas. Esta repetición no está exenta de cierta variabilidad. Tanto que es imposible hablar de un serialismo perfecto, de una repetición exacta, como si los acontecimientos se duplicaran o se clonaran en la misteriosa morada de un sabio alquimista que jugara, como Cronos, a ser el señor del tiempo.

Los temas se repiten pero presentan variaciones, variaciones sobre el mismo tema que riman con la afirmación según la cual, las cosas ocurren primero con la gravedad de la tragedia, para después, años después, presentarse con la desvergüenza de la comedia. Mientras los sindicatos tradicionales han continuado defendiendo la figura del trabajador, en acontecimientos recientes que han sido dados a conocer por algunos medios con acribia y dudosa imparcialidad, con una neutralidad algo difícil de creer por su cercanía al halago, se ha manifestado el espíritu reiterativo de los tiempos, y la musa de la Historia, esta vez con alma bufa de comediógrafa, llama nuestra atención sobre la irrupción de una nueva organización sindical, nacionalista y trasnochada.

Viejas fórmulas han vuelto furiosamente a la vida convocadas por nigromantes que llevan al extremo su magia negra de valores identitarios, su patriotismo excluyente y exacerbado, así como una idea retorcida de la solidaridad, cuyo nombre proclaman para único disfrute de la comunidad nacional. Los abanderados del contrato social solo para trabajadores y empresarios patrios denuncian traiciones en todos los frentes; histriónicos, gesto bronco, y tiesos igual que velas, se imaginan defensores del país de la reserva espiritual frente a oscuros poderes, políticos y financieros, de naciones extranjeras al servicio del comunismo internacional y sus acólitos sionistas.

Cuánto más útil fuera que del pasado hubieran vuelto la pasión por los sombreros, las chaquetas, o las antiguas normas de urbanidad de manera que, con la restauración de cierta elegancia en las costumbres, brillara un rayo de esperanza, pero no. De la caja de Pandora que es la Historia, nos ha tocado en suerte enfrentarnos a una plaga, a un estrafalario enjambre descendiente del nacionalsindicalismo, semilla de odio y discordia. El discurso burlón y serial de la Historia amenaza con arrastrarnos por un camino ya trillado, de enfrentamiento y exclusión.