Una mujer que nunca fue madre decidió homenajear a la suya; se llamaba Anna Jarvis y fue la precursora del Día de la Madre en 1907. Quería ensalzar el trabajo realizado por las madres para mejorar la vida de los demás, venciendo estereotipos y rompiendo barreras. Mujeres luchadoras, valientes, madres y amantes de sus profesiones, más allá de criar.

Siempre en el equipo de Anna Jarvis, una pena que su día se desvirtúa de tal manera que lo único que importe desde su creación sea el negocio comercial: floristerias, joyas, ropa o perfumes son los protagonistas, diluyendo el esfuerzo y trabajo de las mujeres a lo largo de la historia por haber sido además de madres, mujeres que han luchado por lo que querían.

Yo tampoco he sido madre, ni soy precursora de nada, pero déjenme que con estas líneas les cuente quién es la madre que me parió.

Quizás no sé comió el mundo, pero hacía que cada año, yo ganara un concurso de disfraces en verano, disfrazándome de Martirio, monja de clausura o de la mujer de Astérix. No ha sido la más cariñosa, no le han gustado los abrazos y los besos, pero a su manera me demostró que me quería. Ha sido exigente y soy consciente que no he cumplido varios de sus sueños: opositar, verme casada o construir una familia y disfrutar de los hijos que nunca he tenido.

Estando en casa estos días ordenando cajones de su cuarto han aparecido recortes de revistas, eran de bodas: trajes de novia, decoración de mesas, ramos, moños, velos, tenían anotaciones, y se me rompía un poco el corazón al pensar que durante años ha ido guardando todos esos recortes pensando en mí y que nada de lo que ella quería se ha cumplido.

Sé que eran sus sueños y no los míos, siento que quizás nunca me conoció ni supo realmente quién era yo y pensar en ello ahora me produce una terrible tristeza. La vida pasa, nos encerramos en nuestros mundos y nos olvidamos de comunicarnos, para luego lamentarnos por todo aquello que no dijimos ni compartimos con nuestros seres queridos.. Quizás ni ella ni yo supimos hacerlo como madre e hija.

No recuerdo la última conversación lúcida juntas y reconozco que siento una profunda envidia de todos los que recibís whatsapps de vuestras madres, o interactuáis con ellas en grupos familiares, aunque acabaría saliendo de ellos o silenciándolos de por vida. Ojalá pudiera decirle: mamá, soy feliz, a mi manera pero lo soy, no me siento sola, no todo en esta vida es ser madre, me siento realizada como mujer, acepta que las cosas pueden ser diferentes a como tú las viviste.

Ojalá poder salir a comer con ella, ojalá que conociera mi casa en Madrid y pasara temporadas conmigo, que saliéramos a pasear, y encontrarnos con algún ex. Pensarán que mi madre ha fallecido, pero no es así, sigue aquí, pero hace mucho tiempo que ella, la que era mi madre, se fue.

Amante del tocino de cielo, ver bailar flamenco, la música, el cine, el Paso Azul de Lorca, ir al mercadillo de Garrucha los viernes a comprar flores e inundar la casa con margaritas o gerberas, son algunas de las cosas que le gustan. Era una gamberra, le encantaba hacer bromas en Navidad en casa de la abuela. Había un establecimiento en Murcia de disfraces y artículos de coña que se llamaba La Ilusión, y en fechas señaladas cargaba con media tienda para después liarla en encuentros familiares como la cena de Nochebuena. Le encantaba montar saraos, era la mejor para ello, ahora muchos entenderéis a quién he salido.

Nos hizo mantener la ilusión del día de Reyes hasta que hemos sido mayores mi hermano y yo. Nos hacía regalos increíbles, originales, se recorría la ciudad, llegando pasadas las doce de la noche la víspera de Reyes, disfrutaba la previa a abrir los regalos como nadie. Se ha entregado siempre a su familia y a su trabajo, siendo la que ha trabajado en casa, porque mi padre, desde muy joven tuvo una enfermedad por la que recibió la incapacidad laboral. En mi casa los roles de la época se cambiaron y quien estaba en la calle trabajando era ella, mientras mi padre hacía comidas y cenas, me llevaba al colegio y siempre estaba en casa. Mamá también venció estereotipos, como la madre de Anna Jarvis.

Atrevida con sus total looks, se iba a Benidorm en los setenta a comprar en tiendas hippies camisetas con hojas de marihuana que no creo que supiera lo que era. Nunca pasó desapercibida. En su trabajo montaba las mejores fiestas de jubilación que he visto nunca, ha vestido a todo el quirófano de maternal de la Arrixaca de casas reales europeas o de personajes de la Zarzuela, montando un espectáculo con escaleta y guion en torno al homenajeado y, como no podía ser de otra manera el día que le tocó a ella, una noche de octubre, mientras diluviaba en Murcia y Lori Meyers reventaba la plaza de toros en la bienvenida universitaria, fueron todos sus compañeros y yo los que nos vestimos para ella. La que les escribe apareció en el escenario del salón de celebraciones con bata de cola, y ondas en el pelo imitando a Concha Piquer, y con playback, la lluvia no fue cosa mía, y le canté Ojos verdes, como los suyos. «Ojos verdes, verdes como l’arbahaca, verdes como er trigo verde, y el verde, verde limón».

Gracias a ella descubrí El violinista en el tejado, Érase una vez América o El honor de los Prizzi. En casa El Guateque, El quintento de la muerte o El hombre tranquilo son películas que he visto desde que era muy pequeña, con ella en el sofá. A veces la llamo Marmi, por la película Mujercitas, la versión de 1994 dirigida por Gillian Armstrong. Los domingos siempre ponía su cadena de música Saba para despertarnos con algún vinilo y así fue como la música me atrapó y hoy le estoy inmensamente agradecida por ello.

Me gusta recordarla dando un paseo por la casa que teníamos frente a Mojácar. Rodeada de nuestros cuatro perros, sé que para ella aquellos años fueron felices y en las fotos sale siempre sonriendo, por eso me gusta verla mentalmente allí. Hoy no queda nada de aquellos años. La familia, los amigos, las fiestas, los disfraces, las bromas, todo saltó por los aires. La vida es una gran hija de puta que de repente te sacude. La enfermedad arrasa y, sin quererlo, te conviertes en la madre de tu propia madre. Los roles se invierten, vuelven a ser niños y es desgarrador ver el deterioro y la crueldad de la enfermedad cómo va haciendo mella día a día, sin poder hacer nada más que acompañarla en ese proceso. Cuando la veo sentada en su sillón de casa pienso si es consciente de la crueldad, y que la vida pasa sin que ella pueda hacer nada. Me siento impotente.

Pero aquí seguimos, su fortaleza ante la enfermedad, su vitalidad y sus ganas me han convertido en alguien fuerte. Es curioso que en el pasado no nos entendimos y teníamos maneras distintas de ver la vida; ahora, sin embargo, ser sus pies y sus manos en momentos y poder cuidarla para mí sirve de anestesia por si la decepcioné y no estuve a la altura de lo que ella habría esperado de mí.

Les habría encantado conocerla. Disfruten del día que Anna Jarvis señaló en el calendario para homenajear a las mujeres más allá de ser madres. Todas ellas son un ejemplo, y tenemos que darles las gracias por su entrega y sacrificios. No hace falta comprarles cosas; cómanse a sus madres a besos, si pueden.