Tengo la sensación de que nos están metiendo en un berenjenal, a los políticos me refiero. Desde los albores de la democracia, nunca he percibido esta polarización que estamos sufriendo ahora. Hay analistas que hablan de un ambiente parecido en varios momentos de la historia de España, y dicen que siempre acabaron estas peleas entre mal y muy mal. Pero, en realidad lo que ocurre es que hemos pasado de la confrontación de ideas a la lucha encarnizada, al insulto personal, al ataque directo, a hablar de los padres de los diputados en el Congreso, a llamarse ‘chulo’, o ‘sinvergüenza’, etc., a exigirnos a los ciudadanos que estemos con los unos o con los otros, sin medias tintas, sin equidistancias que valgan. Y muchos de nosotros hemos entrado al trapo que estos señores nos ponen delante a diario, con un total abandono de las más elementales reglas de convivencia.

Y les pondré a ustedes un ejemplo de esta ‘socialización del enfrentamiento’ al que nos están sometiendo: dos palabras, ‘fascismo’ y ‘comunismo’ estaban casi completamente fuera del vocabulario utilizado a diario por la gente de a pie. Piensen ustedes: hace dos o tres años, ¿decían ustedes ‘fascismo’ o ‘comunismo’ a menudo? De vez en cuando, en un periódico o en algún debate político aparecían, pero no estaban incluidas en nuestros referentes, ni siquiera a la hora de hablar de política. El comunismo era para muchos una ideología que se acabó con la caída del muro de Berlín, que mantienen en China, en Cuba o en algún otro lugar, pero ya tan descafeinado y tan transformado por pulsiones capitalistas que es más una forma de poder y control parcial, que una idea global de funcionamiento, quizás porque esta doctrina demostró servir para transformar sociedades casi feudales en algo más justo y equitativo para todos los ciudadanos, aunque dejándose en ello una parte muy importante de sus anhelos de vida: la libertad o, a veces, incluso la vida, así que para qué hablar de algo que ya solo está en la memoria de algunos soñadores, decíamos muchos de nosotros.

En cuanto a la palabra ‘fascismo’ y derivados, es que apenas se utilizaba en la vida diaria. Muchos de los que vivimos el franquismo le teníamos verdadero miedo a la idea que representaba, pánico, de verdad. Aquellas arengas del dictador Franco imitando las de Mussolini o Hitler, aquella persecución a muerte de todo el que no compartiera sus ideas, lo del brazo en alto, lo de la camisa azul y la boina colorada, los parientes y vecinos en la cárcel, los represaliados, los familiares emigrados, los que escaparon en barcos de pesca o cayucos desde Cartagena, desde Mazarrón o Águilas hacia el norte de África (entre ellos, la familia de uno de los presidentes que ha tenido esta Región) , todo eso era el fascismo para muchos de nosotros, por lo tanto, ¿por qué hablar de algo tan lejano, tan felizmente olvidado?

Pero llegaron estos tiempos de tremendo sufrimiento por una pandemia global que se ha llevado ya a cientos de miles de muertos en el mundo entero, y casi cien mil en nuestro país, y, mientras que estamos asustados, pendientes de las vacunas, llorando a un familiar o a un amigo a los que se los ha llevado esta enfermedad, ahí andan ellos, hablando de comunismo y de fascismo, tirándose a la cara insultos de todo tipo.

Y, lo peor, haciendo emerger de la conciencia de muchos ciudadanos ideas que estaban olvidadas, exigiendo que nos alineemos con los unos o con los otros, y, sobre todo, conminándonos a que despreciemos, insultemos y ataquemos a los que no piensan como nosotros. Esperemos que este daño que están produciendo a la convivencia revierta cuando se pasen las elecciones de Madrid, porque, si no es así, no sé cómo vamos a acabar, hermanos.