Dedicado a los maestros

de la enseñanza media

y a mis estudiantes

Los informes educativos suspenden a nuestros centros escolares en España. Los docentes son incompetentes y no saben enseñar y los estudiantes no quieren aprender. Es necesario renovar metodologías docentes y enfrentarse a los retos educativos del mundo tecnológico. Se ha perdido la autoridad del profesor y la enseñanza de antes era mejor. Este diagnóstico no es correcto.

La enseñanza española ha sido desprestigiada por medios informativos y obstaculizada por las mismas autoridades académicas que decían defenderla. Siempre buscamos culpables y soluciones mágicas. Si investigamos la historia educativa española surgen palabras vacías, cuyos significados no se materializan. Empiezo a pensar que muchas palabras fueron una enorme farsa. Muchas palabras suenan muy bien a nuestros oídos, pero su alcance es cuestionable. Se repiten mucho y oculta demasiado.

Ahora bien, ¿estas autoridades académicas, expertos educativos o gobernantes han pisado algún instituto? ¿Se han molestado en preguntar a los maestros con experiencia educativa? ¿Estamos dispuestos a escuchar? Estos héroes anónimos de la enseñanza media tienen mucho que decir. Además, para preguntar hay que tener la voluntad de escuchar. Aquellos que realizan las reformas educativas ni les preocupa la enseñanza ni escuchan a los maestros.

Escucharlos implica aprender mucho: faltan más plazas docentes de apoyo educativo, son necesarias más horas lectivas. Hay muchos estudiantes por aula, faltan más recursos públicos, los profesores interinos están en precario, los estándares de aprendizaje son imposibles de evaluar y se hacen informes burocráticos, donde pasamos el tiempo rellenando papeles para todo. La formación profesional básica tiene déficit de empleabilidad, los programas bilingües suponen exclusión social, y las adaptaciones curriculares nos hacen perder a los estudiantes muy jóvenes. La transición entre niveles académicos es crucial y la promoción de alumnos tiene que limitarse.

Los maestros tienen mucho que decir, pero no se les escucha: ¿Es posible una formación profesional básica si no tenemos una inversión en industria? ¿Cómo le decimos a nuestros estudiantes que tomen decisiones de futuro si no tenemos un proyecto de país y un horizonte de expectativas laborales para ellos? Su desobediencia deviene de unas expectativas laborales inexistentes. No podemos ofrecerles mucho y ellos lo saben. Les ofrecemos una hostelería no profesionalizada y precaria. Marchan al extranjero, porque no tienen oportunidades aquí.

Aquella LOGSE (1990) democratizó la enseñanza, pero sobreprotegió al alumnado, nos infantilizó y nos arrebató el futuro. Los supuestos ‘expertos en educación’ que, no habían pisado un instituto en su vida y sin saber nada de sistemas de ecuaciones, declinaciones latinas ni las funciones del sistema nervioso, basaron los planes de estudios en el modelo anglosajón de conocimientos aplicados. ¿En qué consiste para estos pedagogos la escuela? ¿No se supone que la escuela está al servicio de los estudiantes y del conocimiento o la escuela está al servicio de salidas laborales? ¿Dónde queda la belleza del aprendizaje? Las clases magistrales funcionan y los contenidos siguen siendo los mismos desde hace décadas. ¿Por qué nos hacen elegir entre metodologías innovadoras y transmitir conocimientos? ¿Mejoran realmente las nuevas tecnologías y las tablets la enseñanza?

La discusión televisada de la Lomce (2013) se centró en cuestiones superficiales e ideológicas, ajena a la realidad de los rostros de tiza de los docentes, que alumbraban la esperanza del país. Algunos Gobiernos gastan menos y le gusta la excelencia; otros gastan más y apuestan por los vulnerables, pero ¿acaso no son compatibles excelencia, sacar buenas notas, y ayudar al alumnado con dificultades?

El Plan Bolonia (1999) en las universidades destrozó la enseñanza superior. Se redujeron contenidos en cuatrimestres, inventaron al precario profesor asociado y crearon estándares de calificación educativa espeluznantes (Aneca). El problema es tan profundo que la buena voluntad del ministro de Universidades, Manuel Castells, al aumentar becas y bajar tasas universitarias, no será suficiente ante el destrozo que arrastramos.

En definitiva, necesitamos escuchar a los docentes y las necesidades de los estudiantes. Ahora las nuevas discusiones se centran en el ‘pin parental’, ‘la libertad de los padres para elegir la educación de sus hijos’. Estos rechazan las charlas afectivo-sexuales. Estas personas son aquellas que nunca aparecen en las reuniones de padres. Se preocupan de su libertad, pero olvidan la de aquellos que no pueden elegir ni pagarse la escolarización. Me preocupa su propuesta de educación afectiva, basada en sus prejuicios, puritanismo y el silencio, una forma de educación indirecta que termina en jóvenes buscando respuestas en internet. Lo verdaderamente relevante es: estudiantes con sobreabundancia de estímulo tecnológico, poca tolerancia a la frustración y sobre información, completamente ajena a la formación.

La nueva Lomloe (2021) tiene virtudes presupuestarias, pero surge en un contexto de pandemia, que no considera los efectos nocivos de un nuevo modelo educativo más automatizado de las nuevas tecnologías, ajeno al darnos tiempo para la compresión, argumentación y la conciencia ética.

Mientras algunos siguen con recetas innovadoras y con críticas infames a la enseñanza pública, se hace muy necesario defender la comunidad educativa. Esas personas, conserjes, limpiadoras, psicólogas, maestras y maestros, héroes anónimos que nos llenan de orgullo, aquellos que se emocionan cuando les preguntas por sus alumnos, recordando su vulnerabilidad, diversidad e inteligencia.

¡Es impresentable que seamos tan injustos criticando a los maestros! ¡Tenemos que escucharlos! Ellos conocen a los estudiantes, saben sus inquietudes y reconocen los problemas del sistema. A mí no me verán nunca criticándoles, porque llevan rostros de tiza que admirar y apuestan por el entusiasmo alegre al preocuparse de sus estudiantes.