Aunque hoy subiré a Revolcadores, el pico más alto de nuestra desconocida y hermosa Región de Murcia, no podré superar el hito de Joe Biden, que ha situado al sindicalismo como la columna vertebral de los Estados Unidos. Yo, como mucho, saldré al paso (hoy 1 de mayo con mayor ahínco) de los adjetivos despectivos que, a lo largo del camino, suelen acompañar cualquier referencia a los sindicatos de clase. Ya saben, al parecer todos los sindicalistas aceptan esa mochila para poder trepar. Como si la escalada fuera fácil ante la encrestada empresa y los no menos ariscos compañeros.

Es verdad que he cambiado la ruta senderista por la manifestación tras la pancarta, pero no creo que sea una batalla perdida. El peso de los sindicatos ha adelgazado tanto como lo han hecho las condiciones laborales y el Estado de Bienestar. Al contrario que en la montaña, enflaquecidos no les quedan fuerzas para tirar de los de más abajo. Se encuentran al borde del precipicio pues siempre puede ir a más la gravedad.

La recuperación del diálogo social y la red creada mediante los ERTE para sobrevivir a la pandemia constituyen oxígeno para, desde la base, conquistar nuevas metas, máxime si el guía principal nos muestra el camino: reforzar el sindicalismo, subir el salario mínimo, combatir el fraude fiscal y subir los impuestos a los más ricos.

«Wall Street no construyó este país sino los sindicatos, que constituyeron la clase media», exclama Biden tras sus gloriosos primeros cien días, donde ha batido todos los récords frente a los barrancos del Covid y del desempleo.

Situándose, literalmente, junto al trabajador de mono azul, que hoy recorrerá las calles nuevamente, el norteamericano ofrece una cuerda de cuatro billones de inversión pública, educativa y social de la mano de un Gobierno fuerte.

Que no todos son iguales lo demuestra el que, entronado en sus rascacielos, no veía más que su propio interés, sin más objetivo que la clase media, los pobres, negros e inmigrantes mordieran el polvo.

Oteando el horizonte desde la cumbre de Revolcadores adivino una sonriente Estatua de la Libertad, con mayúscula pues alimenta el estómago y el espíritu, y, ojalá, un vuelco.