No hay dos extremos políticos. Sólo hay uno: Podemos. Un extremo que alardea de practicar la última forma de comunismo: el chavismo. Pobreza para todos, menos para la nomenklatura, que tiene derecho a vivir en sus dachas, con sus sueldazos. Como Khrusev, con su piscina climatizada, en los 60, y su valiosa colección de coches. El otro supuesto extremo no es tal: Vox. Vox no llama antidemócratas a los que piensan diferente y no van a tirar piedras a los mítines de los otros partidos. Vox sólo quiere gobernar. O, siendo realistas, cogobernar. No puede aspirar a otra cosa. En cambio, Podemos no quiere gobernar, quiere imponer su manera de pensar y de actuar, en todos los ámbitos de la realidad: sexo, solidaridad, abolición de la propiedad privada de los bienes de producción, enseñanza, etc.; el día a día de la gobernabilidad son preocupaciones burguesas y pequeñoburguesas, que deben cesar. Por eso es un partido totalitario. No admite la diversidad política, si no es transitoria. El final de la democracia debe ser el comunismo. Y no hay otra. Si hay que hacer fraude en las elecciones, se hace. Abominan de que gane otra ideología en cualesquiera elecciones. El mérito personal siempre es clasista, nunca debe prevalecer sobre la voluntad de los soviets, que es lo que son.

Vox para nada quiere todo eso. Y sabe muy bien que su programa de máximos nunca se cumplirá. Pero sí quiere impedir que se desbarate una idea de España, que se renovó en el 78. Una España en la que comunistas con pasado inmediato stalinista, y falangistas reciclados, amén de socialistas con el lastre soltado del viejo socialismo yermo, acordaron perdonarse mutua y sinceramente, y empezar una vida nueva. Una vida nueva que ha traído los cuarenta mejores años de toda la Historia de España, no sólo de los tiempos modernos. Vox no sólo no es Franco, no es ni Blas Piñar siquiera. Por eso, afirmo que no hay dos extremos en el panorama político español. Hay sólo uno, y está en la izquierda. Y posee mucho más poder y eco mediático del que le dan sus votos, porque está parasitando el voto socialista, al que, en cierta ocasión, Felipe González desgajó del marxismo. Hoy el marxismo vuelve de la mano de esta izquierda última. Al final, el PSOE Histórico ganó.

Empero, lo proclamo: la reconciliación es un bien superior al rencor.

Sé muy bien que estas ideas son anatema en el magma mayoritario creado por el agitprop gramsciano, podemita y sanchista afín a él, pero me importa poco. Defiendo una manera de entender la sociedad en la que vivo, y que veo amenazada. Es un deber cívico, para mí, esclarecer lo que pienso ante los demás, arrostrando las consecuencias.

Y resumo: en España sólo hay un extremo, y es Podemos.