La campaña de Madrid me tiene de los nervios y así no hay quien viva. Todavía sin reponerme del ataque a Vox en Vallecas y la posterior ‘desinfección antifascista’ de su Plaza Roja, a la que acudieron los vecinos lejía en mano tras la llamada de Monedero por Twitter, llegan las primeras balas a la sede de la Guardia Civil, acompañadas de amenazas de muerte; 24 horas después otros dos sobres con munición aparecen en el ministerio del Interior, dirigidos a Iglesias y Marlaska. La izquierda acusa a los ‘fascistas’, Abascal asegura que ‘apesta a montaje’, Rocío Monasterio pone en duda las misivas, el de Podemos se cabrea y abandona indignado el debate de la SER entre mimos de la Barceló que lo invita a su programa de radio a despacharse a gusto al siguiente día.

Gran revuelo nacional. Pedro Sánchez acusa a Vox de ser una «amenaza para la convivencia y la democracia» y eso que en febrero dijo de Abascal que es un «líder con destellos de sentido de Estado y de responsabilidad». Condeno cualquier acto de violencia venga de donde venga, pero sigo, como millones de españoles, haciéndome la misma pregunta: España se encuentra en nivel cuatro de alerta antiterrorista, y hay cinco. ¿Cómo es posible entonces que hayan fallado todos los sistemas de seguridad posibles? No se sabe, pero, como siempre en estos casos, se busca y encuentra una cabeza de turco: el vigilante de la empresa de seguridad encargado ese día del escáner del Centro de Tratamiento Automatizado de Correos, quien ya ha sido expedientado y despedido.

Lunes. Reyes Maroto denuncia que ha recibido una carta amenazante con una navaja, al parecer manchada de sangre, que la ministra de Industria se encarga de mostrar a toda España, mientras la de Trabajo casi rompe en llanto al enterarse en directo de la noticia. El país contiene el aliento y la izquierda acusa de nuevo a los ‘fascistas’. Horas después la Policía identifica al vecino de El Escorial con problemas mentales que envío la misiva el viernes pasado, no el lunes, con su su dirección completa, nombre y apellidos. No entiendo entonces ni el retraso en denunciarlo ni las acusaciones en falso si se sabía desde entonces quién había sido.

La izquierda, desesperada, y supongo abochornada por el ridículo cometido, se empeña en vincular al de El Escorial con la ‘derecha fascista’: «El autor de la carta con la navaja a la ministra Maroto está emparentado con el diputado de Vox Espinosa de los Monteros (y, por lo tanto, es familia política de Rocío Monasterio, próxima a la vicepresidenta de Ayuso», escribe Pablo Echenique en Twitter, a lo que el de Vox le responde: «Si se pretenden agarrar a que un tío del sujeto se casó con una prima de mi padre, él y yo no tenemos ningún parentesco. Es malintencionadamente falso». Y mientras, en medio de este indignante circo, el señor de El Escorial que sufre graves problemas de esquizofrenia y vive aislado en una casa okupa desde hace mucho.

El martes, Correos en Barcelona intercepta una carta con dos balas dirigida a Isabel Díaz Ayuso quien, al enterarse, dice: «Hay que darle la importancia que tiene, que es ninguna». Amenazas a los políticos ha habido siempre y desgraciadamente las seguirá habiendo, hasta cartas-bomba han recibido, pero antes por responsabilidad política, y para evitar el efecto dominó, no se hacían públicas. Lo que pasa es que ahora en Madrid nos jugamos mucho.