La 93 edición de los Oscar de Hollywood, sobria y aburrida (cuentan quienes han aguantado hasta el final de la entrega) constituye la metáfora perfecta de hacia dónde se encamina el séptimo arte, pues encumbra por igual a nombres clásicos (Hopkins, McDormand) con el exotismo de nuevos autores e intérpretes (Chloé Zhao, Daniel Kaluuya, Yuh Jung Youn). Los padres de mi generación, mi madre en concreto, eran, en aquella España errática que apostaba por el francés en perjuicio de la lengua de Shakespeare, de los que pronunciaban ‘Umbery Bogar’, ‘Car Gable’ y ‘Grace Quelli’, y ahora que por fin nuestros hijos presumen de un perfecto dominio del inglés vía Grand Theft Auto y un año de Erasmus, cada vez resulta más complicado que los niños del mundo atesoren el hermoso recuerdo de un telón desplegándose para descubrir una pantalla gigante de 15 x 8,5, o ni siquiera la más modesta que albergaban aquellas salas de sesión continua de los sábados, algo más pequeña pero igual de mágica.

Esa mezcla de lo clásico con lo exótico, decía, representa la mejor metáfora de un arte que continúa embriagándonos con el paso de la gran pantalla al streaming desde el sofá de casa. Las películas siguen siendo igual de buenas (o de malas), y sin embargo, alegrémonos de la diversidad y aguardemos a ver qué ocurre finalmente con el cambio de formato.

La historia del cine había cambiado mucho antes de que Parásitos venciera a El irlandés en 2020. Después de todo, hoy sigue resultando una broma que Humphrey Bogart perdiera el Oscar al mejor actor por Casablanca en 1944, Gary Cooper por Por quién doblan las campanas o Walter Pidgeon por Madame Curie en favor del húngaro Paul Lukas por la olvidada Alarma en el Rhin. Algunos padres llevamos años intentando, con éxito desigual, que los más pequeños se aposten en casa frente al televisor para ver una de Tarzán con Johnny Weissmüller, Una noche en la ópera de los hermanos Marx o cualquier joya en blanco y negro. Aunque, no se crean: fui incapaz de acabar La La Land (2016).

Aquella gran pantalla del cine de barrio ha dado paso al streaming, pronunciamos correctamente el nombre de Frances McDormand y nos basta con leer un par de veces el nombre de la mejor actriz de reparto por Minari. Cambia la sociedad, cambia el cine, cambian las costumbres. Antes de la pandemia, el sector gozaba de una salud envidiable. La recaudación en España alcanzó 624,1 millones de euros, 105,5 millones de espectadores (el mejor resultado de los últimos diez años), y una inversión estimada de cien millones de euros destinada a la apertura de nuevos complejos, remodelación de cines e instalación de nuevas tecnologías, que representaban entonces un total de 153 pantallas nuevas a disposición de los espectadores.

Al paso del virus, el cine en España cayó un 72% en taquilla en 2020 y perdió 446 millones de euros a causa de la pandemia. Ese mismo año, solo Netflix ganó 2,2 millones de suscriptores entre julio y septiembre y logró 195,2 millones de usuarios en todo el mundo. El 70% de las salas continúan cerradas y Netflix, HBO y Amazon se han aupado como grandes sostenedores del negocio, lo que implica que este viraje también modificará el modo en que se ruedan las películas, pensadas todavía para las pantallas de gran formato.