Lo escribo bien, sí. No me refiero ahora a ese que terminará el 9 de mayo sembrando de dudas el qué será de nosotros sin ronzal. Ni al estado de ‘armarla’ que tan bien se les da estos días en Madrid a los violentos de la palabra y las amenazas de cartas de balas .

El otro día, en las redes sociales (vaya usted a saber si se trataba de un fake) alguien subió la fotografía de un panel luminoso de la DGT, de esos que cuelgan en las autovías, en el que se avisaba de controles de carretera por la pandemia con la expresión ’Estado de Amarla’. Un divertido intercambio de letras.

O quizás no. Igual se trataba de un mensaje más profundo si suponemos que se refería a la vida: a la nuestra y a la de los demás en estos tiempos tan duros que nos tocan. Un invitación a quienes dirigen esta sociedad a anteponer la solidaridad al egoísmo; el amor al odio.

Ansiamos el final de las restricciones que nos han impuesto por culpa del coronavirus pero debemos ser conscientes de que esto no terminará dentro de diez días.

Encima, a Moncloa le da pereza acometer un desmontaje progresivo de la anormalidad con un calendario cierto, con criterios objetivos y transparentes, para que los ciudadanos sepamos a qué atenernos con vistas al verano. Los gobiernos de Alemania, Reino Unido, Francia o Italia ya han detallado las etapas del retorno a la libertad de movimientos o de apertura de actividades y negocios para que todos sus habitantes, con independencia de donde vivan, puedan planificar su futuro más inmediato.

Aquí, el 10 de mayo nos arrojará al pozo de la incertidumbre gracias al sindiós que provocará dejar al albur de 17 Ejecutivos autonómicos nuestras esperanzas de llegar al verano en la mejor condición posible. Esto es: vacunados y con la sombrilla de playa debajo del brazo oteando un lugar no muy lejos del chiringuito arrocero.

No aprendimos del error que supuso en Navidades obligarnos a distinguir entre 17 categorías de allegados y familiares, convivientes y anexionados, dentro y fuera (esto es de Coco, el monstruo de las galletas de Barrio Sésamo), causas de fuerza mayor y menor. Vamos de cabeza a reeditar aquellos errores fruto de la división política y territorial que causó más alarma que el propio estado de ídem cuando lo que se necesita contra esta pandemia, parafraseando a Isabel Gemio, es ‘más amor’.

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