Tenemos expo de Pedro Flores en el Mubam. La anterior fue hace 25 años, más o menos. Ésta es más completa. Y se adorna con papeles y fotos del artista. Hay que ir a verla. Y llevar a alguien que desconozca al parisino pintor murciano. El último de la Escuela de París, que lideró el mismísimo Picasso. La verdad es que, después de leer el catálogo, es mucha osadía escribir algo sobre el pintor que puso a Murcia en la estela del Arte Moderno. Y, como es posible que aqueste texto carezca de gracia alguna de alcance, que tenga por lo menos justicia. Por ello transcribo aquí a las plumas que han glosado los cuadros de la exposición. César González Ruano, David Vigueras, Juan Bautista Sanz, Luis Garay, Pedro Ayala, Carmen María Pujante, José Ródenas, y Ricardo Montes.

Flores hacía unos cuadros post-cubistas, picassianos en el esqueleto, pero barrocos en su exuberancia de carnación y sentido. Sus pinceladas son gordas, dicho sea, sin ánimo peyorativo alguno. Y merced a esa potencia de sus personajes Flores nos hace sonreír ante sus pinturas. Nos saca una sonrisa interior, que es puramente sensitiva. No es una sonrisa delicada; es una sonrisa de pueblo, sana, desenvuelta y sincera.

Flores pintó en París grupos de españoladas, tocando más o menos folklore por las calles de la Ciudad Luz. Ofreciéndonos personajes de aceptada sordidez limpia de alma. Y, más tarde, supo pintar el frío de la banlieu parisina, con sus viejos edificios napoleónicos de tres o cuatro pisos, sin ningún glamour, ni nada, pero que quedan en la retina con una vocación de verdad imbatible. Sus bodegones, perfilados en esquinosas escuadras, cumplimentan la perspectiva egipcia de Juan Gris o de Matisse. Pero son suyos propios. A través de todos ellos, Pedro Flores logró un estilo propio, reconocible. Un cuadro suyo no puede ser sino de él mismo.

Fue un exiliado conformado con su destino. Se volvió a París desde la frontera, cuando la ocupación nazi. Y logró vender cuadros aún en aquellos tiempos de plomo. Pocos cuadros, y de oportunidad alimenticia. No siempre pintó lo que quiso, pero sí pintó como quería. Y se negó a rebajar el precio de su talento. Era bajo, casi calvo y de pelo rizado, muy negro. Y supo hacer amigos del alma, como su adorado Luis Garay, que no supo renunciar a su Murcia de siempre.

Pero, con todo, un verano en la costa norte de Francia, de memoria, fue dibujando ambientes, personajes y costumbres de aquella Murcia de cuando Alfonso XIII, de su niñez y adolescencia. Y nos ofreció las impagables ‘Costumbres Murcianas’, afortunadamente y casi por milagro, hoy propiedad pública murciana. Y hay que dar las gracias a la figura de Don José Rodenas, el Murciano de Caracas, que lo impulsó y animó a terminar como cuadros, aquellos dibujitos y gouaches que Flores le mandaba de las costumbres murcianas. Hoy, y ayer, es una delicia reconocer los lugares, los tipos de una Murcia inmediata, que se llevó el tiempo, pero que Pedro Flores, desde Normandía, supo recuperar para todos.

Recuerden el mensaje: ¡Vayan a ver la exposición de Pedro Flores (1897-1967) en el Mubam!; en visita guiada, mucho mejor.