A pocos días desde la celebración del Día del Libro y del décimo aniversario de su muerte, que se cumplió ayer, me llega desde Chile la primera reimpresión (hecha allí mismo en 2016) de Íntegra, el imponente tomazo de cerca de mil páginas conteniendo la suma poética de Gonzalo Rojas, que el 22 de febrero de 2011 sufrió un accidente cerebrovascular y fue luego apagándose ‘lenta y dignamente’, como declaró su hijo a un periódico chileno días antes de su fallecimiento, el 25 de abril de aquel año. Publicado por primera vez México en 2012, en la colección Tierra Firme del Fondo de Cultura Económica, Íntegra contiene, ordenados cronológicamente por la prologuista y editora Fabienne Bradu, 485 poemas en total (medio centenar de ellos inéditos o no recogidos en libro) frente a los 366 ordenados temáticamente por el propio autor en Metamorfosis de lo mismo (Visor, 2000), o los 206 seleccionados por Nicanor Vélez en Concierto (Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg, 2004), por ceñirme sólo a recopilaciones publicadas en España.

Yo descubrí la obra de Gonzalo Rojas en 1987, en la edición española de El alumbrado y otros poemas. Por entre las páginas de aquel libro andaban Descendimiento de Hernán Barra Salomone, Adiós a Hölderlin, Qedeshím, Qedeshóth, Almohada de Quevedo y muchos otros que inmediatamente me fascinaron. El sábado se cumplían dieciocho años de la entrega del premio Cervantes al poeta chileno, días después de la cual vino a compartir unas jornadas con los alumnos de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Murcia, y su charla y posterior lectura comentada de algunos poemas produjo en mi ánimo un efecto parecido al que describí en El legado de Hamlet respecto de uno de los poemas de ese libro.

Pero si aquella vez el borrador del poema había surgido in situ, mientras escuchaba a Gastón Baquero, en esta ocasión fue ya en la soledad inquieta de la madrugada cuando me asaltó de repente el borrador del poema Palabras desde el borde del camino para Gonzalo Rojas (incluido en Una canción extranjera), uno de cuyos versos en la estrofa final («con los remos apenas si sujetos por las yemas de los dedos») reproducía, adaptándolas mínimamente al decurso del poema, las palabras del símil que el propio Gonzalo Rojas había utilizado aquella noche para responder a la pregunta de un/a joven asistente sobre el uso de la técnica en la creación poética. Precisamente con ese tipo de comentarios y/o acotaciones del autor chileno a muchos de sus poemas, o respuestas a preguntas de los asistentes sobre los mismos, recogidos a lo largo de años, ha enriquecido Fabienne Bradu esta costosa (más en España que traída de allí, curiosamente) pero casi imprescindible edición de su poesía.