En 1908, con 33 años, Maurice Ravel escribe su tríptico Gaspard de la Nuit, una composición para piano que supone la transcripción musical de tres poemas en prosa pertenecientes la obra homónima, escrita en 1842, por el poeta Aloysius Bertrand, en la que evoca el mundo alucinatorio de la oscuridad, los sueños, lo fantástico y lo sobrenatural. Había una voluntad claramente demoníaca en el poemario original. El poeta aseguraba que no había sido él quien había escrito aquellos versos misteriosos, sino el mismo Satán, aquí llamado Gaspard, nombre persa que significaba ‘guardián del tesoro’, y que según Bertrand había sido el verdadero autor de la obra, el custodio de un tesoro de imágenes y palabras ocultas en lo más profundo de la noche.

Maurice Ravel y la tentación de lA oscuridad

Ravel comprendió la dimensión profunda, verdaderamente esotérica, del mensaje, su embrujo seductor, y preparó un tríptico musical, también dotado de un profundo sentido poético, para el cual seleccionó tres poemas: Ondina, El Cadalso y Scarbo.

ONDINA.

En Ondina, que presenta inequívocas analogías con El Mar, de Claude Debussy, Ravel evoca con maestría la representación de los movimientos del agua (en 1901 el compositor ya había compuesto sus Juegos del Agua), en un ir y venir continuo. Representa una historia conocida en todo el folclore europeo, la de una ninfa de las aguas que intenta atraer a un mortal de quien se ha enamorado. El espíritu femenino le anuncia cuanto de maravilloso espera al joven en su reino subacuático, donde aguarda al nuevo huésped un rico palacio habitado por otros espíritus de las aguas. El amor por un ser de los bosques y de los lagos supondría la desaparición del joven del mundo de los vivos, por lo que este rechaza, atemorizado, a una amante tan peligrosa, que despechada, estalla en una vorágine incontrolada de lágrimas y de risas para disolverse entre los remolinos y ondas, como si todo hubiera sido una alucinación, una enloquecida distorsión de los inseguros límites de la realidad.

EL CADALSO.

El tono melancólico y triste de un amor frustrado, que se traduce en el movimiento ondular de las aguas del primer movimiento, conduce al segundo momento del tríptico, consistente en un tétrico y misterioso oscilamiento pendular en El Cadalso. La música refleja solo muerte y desolación, como si el tiempo se hubiera visto atrapado en el movimiento oscilante de un ahorcado que cuelga en un patíbulo situado en mitad de un paisaje vacío. La sobrecogedora escena está presidida por el sol hundiéndose en el ocaso, mientras, a lo lejos, se escuchan sonidos de campanas que proceden de una lejana ciudad. Es el velo de la muerte que la enigmática presencia del guardián de la noche ha descorrido para nosotros, para que contemplemos la escena plena de misterio y desolación que acoge el final de una vida.

SCARBO.

La imagen del cuerpo oscilante nos persuade del engaño que es la existencia, y todo engaño comporta una dimensión de sarcasmo y burla, como la sonrisa despectiva de una calavera, por ello, el tercer y último movimiento lleva el nombre de Scarbo, un duende malvado y burlón que se presenta la noche de difuntos para inundar de imágenes aterradoras la mente del narrador. Esta última sección de la obra fue muy apreciada por el propio compositor. Las exigencias técnicas para este movimiento son muy altas, con giros audaces y clímax casi imposible para ilustrar las apariciones burlones del duende.

Este último movimiento fue, sin duda, la culminación de la obra. Ravel consiguió llevar el piano hasta sus límites técnicos, pues pretendía otorgar a su música la impronta desbordada de inquietante misterio que Bertrand consiguió para sus poemas, y desde luego fue aquí donde lo logró con mayor perfección, a través del tópico de las apariciones espectrales y burlonas de espíritus malvados que provocan todo tipo de inquietudes burlando la tranquilidad de quien yace tranquilamente en su lecho y quiere descansar, pero los pensamientos más aterradores y confusos le asedian, para entender al final que la burla y la muerte son hermanos que caminan juntos, y que los ojos de una calavera están vacíos mientras esta aún nos sonríe.