Soy de las que apura con la reserva de la gasolina hasta límites preocupantes, dejo pasar una y otra gasolinera creyéndome mi propia certeza: llego de sobra. Soy de las que llega tarde y de las últimas en irme. Siempre llevo gafas de sol, sobre todo los días nublados; los que tengan los ojos claros entenderán de qué les hablo.

Me gusta viajar en tren, debería hacérmelo mirar viniendo de una ciudad incomunicada con el resto del país durante décadas, que aún tiene infraestructuras propias del siglo pasado, es incomprensible mi entusiasmo. ¿Dónde quedó la idea romántica de viajar, sobre todo en tiempos pandémicos? Ahora en vez de ilusión llevamos salvoconductos y ansiedad por si nos paran aun llevando todo en regla. ¿Dónde quedaron las expectativas que nos genera comprar un billete o hacer la maleta? No perdamos eso, porque volverá.

Tengo una maleta roja desde hace más de veinte años.

No es grande ni pequeña, es del tamaño perfecto para llenarla de cosas que vuelven exactamente igual que cuando las metí. La compré siendo Excelentísima y hasta hoy que estoy hecha toda una filoetarra, me acompaña. Hong Kong, Filipinas, Roma, Bangkok o Madrid. Festivales de música, bodas, viajes de trabajo, siempre conmigo, inseparable y reconocible por su pegatina de Jagermeister, 43 años tengo.

Veo películas con anuncios; me cuesta engancharme a series. Compro más de tres botes de mostaza al año. Escucho canciones en bucle, sin ser capaz de salir de ellas durante semanas, soy fiel a los platos de cuchara y defiendo su atemporalidad, así como el gazpacho, un tazón con su picadillo sea cuando sea, siempre suma. Adicta al café hasta la hora de comer, a los croissants a la plancha y comerlos a pellizcos. Podría comer arroz de mil maneras el resto de mi vida o steak tartar; si abren mi nevera hay más de seis tipos de quesos. Azúcar moreno, leche semidesnatada y siempre en el equipo de las patatas bravas, la tortilla con cebolla de Sylkar, en Madrid, y los torreznos (admito sugerencias para disfrutar de su pornografía gastronómica en Madrid).

Una vez fui de derechas, no de la derecha de ahora, eran otros tiempos, otra derecha.

Unos años que recuerdo con cariño, por todo lo que aprendí y la oportunidad que tuve de conocer la política en primera línea, pero pasó. Hace veinte años. Cambiamos, crecemos y para mí la gaviota quedó atrás.

Años más tarde recuerdo enamorarme brevemente del movimiento 15M. Personas de distintas ideologías políticas de manera espontánea en los primeros días salieron a la calle hartos de un país corrupto gobernado por los de siempre, en donde unos pocos se lo estaban llevando y los casos de corrupción llenaban los telediarios y las portadas de periódicos. Nacía Podemos, Albert Rivera era la gran esperanza en Cataluña mientras Rosa Díez echaba la persiana a UPyD. El bipartidismo había muerto, había nacido la nueva política y de esos polvos, estos lodos.

Ayudar y contribuir a cambiar las cosas para mejorar la vida de las personas, esto debe ser la política. Me pregunto desde hace tiempo cómo hemos llegado hasta aquí. ¿Cómo la clase política ha conseguido llevar a la calle de todo menos un debate responsable? Y no sé si somos conscientes de la gravedad y la polarización a la que estamos llegando como sociedad, que cada día va a más.

Cuatro balas en un sobre como amenaza de muerte a tu familia y a ti es algo que se condena sin más, sin peros, sin paliativos. Recuerda a otros tiempos de pasamontañas y zulos y da miedo. Esto va más allá que cualquier ideología política, y debe ser condenado, sin matices. Llevo escuchando pretextos para justificar o no un hecho violento según sea el partido político y no doy crédito.

Antes de que se tiren a mi cuello y digan que mi mensaje es sesgado y que Pedro Sánchez y su Gobierno filoterrorista patrocinan esta columna, si no sabemos diferenciar lo que es una provocación de una amenaza de muerte, pueden dejar de leerme.

Pero como soy una cabezota, seamos capaces de entender y diferenciar lo que es una amenaza de muerte o acto vandálico contra una sede y un acto político electoral que tiene como único fin provocar. Ejemplo, Vallecas: provocación, alimentada durante días, echando alcohol de quemar al juego político, obteniendo como único objetivo captar toda la atención, obtener la imagen para poder victimizarse.

Desde hace tiempo llamo a las cosas por su nombre: los fascistas han llegado a las instituciones gracias a la derecha de este país.

Es increíble que a fuego lento vayan consiguiendo calar en la sociedad en un momento de discursos vacíos, muchos gritos y, sobre todo, miedo e incertidumbre. Creo que todos somos culpables de su ascenso, les hemos dado espacio en los medios de comunicación, y la derecha de este país los ha convertido en socios y bisagra para mantener su poder: Andalucía, Madrid y Murcia. Lo estamos viendo en la campaña electoral madrileña: no hay propuestas políticas, solo insultos y eslóganes que repiten como mantras, prometiendo lo imposible y sobre todo mintiendo sin pudor. Como ejemplo, la maldita publicidad electoral de Metro de Madrid sobre los menores no acompañados. Los menores no reciben subvenciones. Fin de la cita.

Señores de la derecha de este país, no todo vale.

Hay que plantarse ante el fascismo, su mensaje de odio y mentiras. Gobernar con la extrema derecha, tenderles la mano y utilizarlos para mantener feudos políticos les hace igual a ellos. Los cimientos de nuestra democracia no se pueden tambalear ahora por culpa de esta pandilla de matones, que lo único que quieren es privarnos de libertades, seguir sembrando un mensaje de rechazo a quien no es como ellos. No debemos consentirlo. La sociedad, la clase política, los medios, TODOS deberíamos plantarles cara y la única manera es silenciándoles y en las urnas. Consiguen su objetivo a base de sus provocaciones, desvían el debate de ideas y propuestas constructivas, llenando de odio a la sociedad en un momento terriblemente débil. Si no somos capaces de ver esto y van a ponerme como argumento que si Venezuela o Bildu, de verdad hemos perdido todos y ganarán ellos.

Estoy agotada de esta política, no creo en nada, solo en las personas que me demuestran que se pueden cambiar las cosas, que se puede trabajar y que, sobre todo, se puede construir en positivo, mejorando la vida de los demás. Quizás tenga una idea romántica de la política, pero prefiero quedarme con mi visión de las cosas. No voy a contribuir a difundir su mensaje criticando porque obtienen lo que quieren, no voy a dar espacio a quienes rechazan la democracia y la libertad, palabra demasiado prostituida y pisoteada en estos últimos meses, por cierto. Basta de ser cómplices, si toda la clase política, medios de comunicación y la propia sociedad vamos a ponernos de perfil ante el fascismo, yo me bajo y cuando salgan cierren todos al salir, porque habremos fracasado. Tiene pinta que el panorama se va a poner aún peor y que nos queda la traca final; el resultado electoral en Madrid será el termómetro de lo que nos espera en dos años.

Mientras llega el 4 de mayo, me vuelvo a mi vida kamikaze al volante apurando la reserva de la gasolina, siguiendo mi búsqueda incansable de lugares donde comer torreznos, bebiendo café hasta la hora de comer y soñando con recuperar las expectativas por viajar junto a mi maleta roja. Lo que sea con tal de no contribuir a dar voz a los intolerantes. Quería que lo supieran porque será la última vez que les hable de ellos. Volveré para hablarles de la vida y las expectativas.