Los intensos rojo y gualda de la bandera de España lucían por doquier, los discursos se centraban en las capacidades de nuestro país y, sobre todo, de los que formamos parte de él, un capellán castrense bendijo la nave y, después de que la princesa Leonor estrellara la botella de vino contra el casco del buque, las notas del himno de España se apoderaban del histórico instante y traspasaban la pantalla del televisor para ponerte los pelos de punta, como cuando suena para el campeón de una medalla de oro o de algún trofeo mundial.

En estos tiempos en los que a algunos les ha dado por ver enemigos donde no los hay, se agradece que instituciones como la Armada, respaldadas por el trabajo de Navantia y por las palabras de una de las pocas ministras del Gobierno que es consciente de la tierra donde pisa, sean un auténtico baluarte para preservar nuestras tradiciones. Esas que para algunos son anacrónicas y desfasadas, pero que, a mi entender, son muestra y signo de respeto hacia los que nos precedieron y hacia nosotros mismos, porque nos demostramos que somos dignos herederos de quienes han perpetuado tan rico bagaje.

En el fondo, me entristece haber pensado que la desacomplejada exhibición a lo grande de nuestra enseña nacional, la presencia de un sacerdote y las proclamas por la unidad de España hayan podido escocer o irritar a algunos de los que las contemplaran, empeñados en socavar nuestro pasado y nuestra herencia, sin valorar que son el pilar de nuestro futuro, más allá de ideologías, creencias y de la forma de hacer las cosas de las que presuma cada uno. Porque eso es la libertad y no tiene nada que ver con la democracia impedir que cada cual profese las doctrinas que le plazcan.

Gracias a la Armada, gracias a Navantia y gracias a la ministra y a la Familia Real por tanto bien que le hacen a Cartagena. Y esto más allá del desarrollo industrial y social que supone un hito como la puesta a flote del primer submarino de diseño y construcción exclusivamente español. Y, sobre todo, por ser garantes de un legado cuya erradicación sí que sería nuestra ruina.

La ceremonia fue tan breve y sencilla como emotiva y el cielo también la bendijo, conteniendo el chaparrón hasta que hubo culminado. Una vez más, los cartageneros estuvieron a la altura del acontecimiento y se impusieron a la meteorología y a las restricciones de la pandemia para acompañar y aplaudir a sus majestades y sus altezas reales desde la lejanía.

Maribel

Allí, entre esa multitud, le hubiera gustado estar a Maribel, acompañada de su leal e inseparable esposo Luis, pero tuvo que conformarse con seguir la ceremonia por la televisión de la habitación del Perpetuo Socorro donde se encuentra ingresada. A sus 75 primaveras recién cumplidas, Maribel García Vicente es un derroche de energía y de vitalidad, un ejemplo de superación y un torbellino de ideas que la rescatan cada día de la media vida que ha pasado en los hospitales. Un cáncer que le diagnosticaron a los 40 años y que, afortunadamente, dejó atrás hace ya algún tiempo, la castigó con secuelas que arrastra desde entonces y que limitan su autonomía, pero no su voluntad, su tesón, su poderío ni su fuerza para mostrar su amor, con permiso de su marido y sus cuatro hijos, a lo que más le llena el corazón: su querida Cartagena.

Maribel es incansable e inagotable, ni postrada en la cama de un hospital se está quieta y, cuando sabe que la van a ingresar, días antes, prepara su arsenal de materiales para desarrollar otra de sus grandes pasiones, las manualidades. El repertorio de graciosos y bonitos objetos y regalos que salen de su ingenioso talento es prácticamente infinito y es capaz de convertir lo más simple en algo extraordinario. Su última ocurrencia son unas artísticas pinzas de la ropa de madera cargadas de un conmovedor mensaje. Maribel dibuja en el estrecho lateral de este pequeño objeto doméstico todo el inmenso mar de su Cartagena, con un precioso barco y el lema ‘toca madera’. Un regalo sencillo con un mensaje sencillo, pero cargado de gran profundidad en estos tiempos de pandemia en los que seguro que todos conocemos a gente que nos ha dejado o que está sufriendo, lo que nos ha conducido a pronunciar ese recurrente dicho popular con el deseo de protegernos de tanta desgracia.

Pinzas

El obsequio de Maribel puede parecer poca cosa, pero su intención es grandiosa, porque lo que quiere con esa divertida pinza es dotarnos de un pequeño utensilio que podamos llevar en el bolsillo para tener madera que tocar cada vez que necesitemos recurrir a esa frase hecha. Sus pinzas, en las que Maribel escribe el nombre de la persona a la que se la da antes de entregársela, ya han sembrado de alegría y de esperanza a buena parte del personal y los pacientes del Perpetuo Socorro y también del Virgen de la Caridad, donde estuvo ingresada meses atrás. Su intención era regalarle también estas sencillas y encantadoras pinzas a la reina doña Letizia y a sus hijas, la princesa Leonor y la infanta Sofía, durante su visita a Cartagena. Las tenía preparadas y, quien conoce a Maribel, sabe que no parará y algo se le ocurrirá hasta hacérselas llegar.

Porque quien conoce a Maribel sabe que su vida refleja el amor a su país, su ciudad y sus tradiciones y trabaja hasta el agotamiento por preservarlas. Nació en su casa de la plaza del Rey de su Cartagena, donde pasó su niñez y adolescencia. Bien jovencita, conoció a su paciente e incansable Luis y, años más tarde, por motivos laborales, se trasladó con su esposo y sus tres pequeños, primero a Madrid, donde estuvo un año, y luego a Navalmoral de la Mata (Cáceres), donde tuvo a su cuarto hijo y donde ha echado profundas raíces. Ella es la principal artífice de que esta localidad extremeña y su Cartagena natal se hermanaran a finales del siglo pasado y de que en cada una de estas poblaciones haya una calle con el nombre de la otra. También de que compartieran a sus patronas, ya que un cuadro de nuestra Virgen de la Caridad luce en la ermita de San Isidro de Navalmoral de la Mata y un retrato de Nuestra Señora de las Angustias se ha hecho hueco en la parroquia cartagenera de San Diego. Y todo por la dedicación de Maribel, que también ha sido radioaficionada y ha conseguido que estos intercomunicadores tengan dedicado un monumento de la escultora Maite Defruc, cerca del Club de Cabos.

Su traslado laboral la obligó a alejarse de su Cartagena, pero nunca la abandonó. La familia al completo viajaba todos los fines de semana por las carreteras de entonces y durante doce horas en un Renault 12 ranchera. Partían los viernes por la tarde para venir a su ciudad de origen y regresaban a Navalmoral el domingo en otro largo y tortuoso viaje.

Maribel nunca ha tenido una nómina, pero ha trabajado como la que más, hasta el punto de que la Asociación de Amas de Casa y el Ayuntamiento de Navalmoral de la Mata le concedieron el premio a la mujer trabajadora.

Grandes hitos, como el de la puesta de largo del nuevo submarino ‘Isaac Peral’, y grandes e ilustres personajes han ido conformando nuestra historia, nuestras costumbres y tradiciones. Y personas sencillas y modestas tan grandes como Maribel también suman para conservarlas y preservarlas para siempre.

Voy a tocar madera para espantar la mala suerte y atraer la buena fortuna, pero, sobre todo, para que nuestra Cartagena, nuestro país y nuestro mundo se inunde de muchas ‘Maribeles’.