Un día de éstos es el Día de Libro. Yo he escrito algunos libros, de los cuales otros algunos los he publicado. Y sigo escribiendo y publicando. No tengo remedio. Por supuesto que debería leer más. Tampoco tengo remedio en eso. Mi biblioteca, distribuida en dos casas, acaso sume 8.000 libros, o más. Siempre los cuento por módulos de estanterías, y cuando paso la mitad de las tales estanterías, me desanimo de lo defectuoso del método y acabo de contar. Me convenzo a mí mismo que son 8.000, y paso a otra cosa. Aunque siempre vuelvo a contarlos, muy pundonoroso. Mis nietos no tendrán libros. O muy pocos. Todos los libros estarán en la red, y servirán para ser consultados, más que para ser leídos. Y la consulta se hará rápida y efectiva por un motor de búsqueda. O mis bisnietos. Se venerará el libro de papel, sí, y habrá fanáticos de tal soporte, que se considerarán una secta de afortunados, entre una selva de humanos desarraigados del formato libro, de pastas y papel.

Pero, ¿y a mí qué me importa el futuro del libro? No soy fanático de ellos, ni de su contrario. He leído en tableta, claro. Y sigo leyendo en papel. Paso de la guerra entre ambas posibilidades. No sé cuándo se alcanzará el armisticio en esta guerra de lectores o de lecturas. Desde luego, yo no idealizo al libro de celulosa. Aunque nací a la lectura con él. Y aún recuerdo con emoción, la emoción de cuando tuve el primer libro de mi autoría en las manos.

El día primero de julio de este año hará 40 de tal suceso. Cuarenta años perpetrando libros. Igual algún día se me tendrá en cuenta, para mal mío. Y me gusta seguir editando libros. ¿Por qué me iba a dejar de gustar? Así que sigo en ello. Por ahora, es impune.

Claro que sobran libros en el mundo. No todos son el Quijote. Pero no se debe quemar mi procurar la desaparición de ninguno. Ni siquiera de los míos. O de algunos míos. Tampoco los que nadie ha leído, salvo su autor, y en fase de corrección de pruebas, además. Y nadie me pregunte el porqué. El mundo es ansí, y ya está. Los libros, han de llegar al fin del mundo en las estanterías donde reposan, Dios sabe hasta cuándo.

Un día de estos, hace poco, se ha quemado la gran biblioteca de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. Pasa en las mejores familias. No hay por qué asustarse, ni rasgarse las vestiduras. Lo que pasa, pasa. Alguien le habrá escrito al suceso su bella elegía. Y, bueno, que ya está bien de glosar al libro en el Día del Libro.

¡Viva el Libro!