Desde que, por desgracia, el Covid-19 apareciese en nuestras vidas, los medios de comunicación, lógicamente, han venido ocupándose del asunto. Nos han tenido informados, puntualmente, del número de afectados, del número de fallecidos, de las investigaciones sobre el mismo, de la puesta en marcha de algunas vacunas, del agotamiento de los sanitarios, verdaderos héroes del momento que estamos viviendo. En definitiva, han venido cumpliendo su labor de informadores porque, en situaciones así, los ciudadanos necesitan sentir que no están solos, que hay quienes están luchando para mejorar el difícil panorama en el que nos encontramos.

Pero en momentos como los que vivimos, a veces las cosas se van un poco de la mano, y lo que comienza con un deseo de informar se convierte con el tiempo en puro espectáculo, sobre todo si se trata de ciertos programas de televisión, donde un punto, más o menos arriba en sus datos de audiencia puede suponer unos importantes ingresos económicos. Datos que son los que justifican los, a veces, escandalosos sueldos de los responsables de los mismos. Así es que, en la mayoría de las ocasiones, percibimos muy poco rigor en los contenidos que nos ofrecen estos programas, porque lo que importa es el ‘espectáculo’ que se ofrece, y la Covid no es una excepción.

Con el surgimiento de las vacunas una pléyade de ‘expertos’ en las mismas exponen sus más variados y estrambóticos puntos de vista y lo más triste es que los medios de comunicación, a veces, dedican más tiempo a comentar los ‘sesudos’ razonamientos de estos personajes que a dar a conocer las opiniones de los científicos.

Cuando el pasado mes de febrero la actriz española, afincada en Francia Victoria Abril, aparecía ante los medios de comunicación con motivo de la entrega de los Premios Feroz (premios instituidos por la Asociación de Informadores Cinematofrágicos de España), arremetiendo en tono pretendidamente graciosillo contra la pandemia de coronavirus, a la que en el colmo de la originalidad calificaba de ‘plandemia’, y especialmente contra las vacunas, asegurando que «de momento tenemos más muertos con vacuna que sin vacuna», todos los programas de televisión, incluso algunos prestigiosos informativos, le dedicaban más tiempo a las opiniones de este personaje que a las declaraciones que al hilo de esas tontunas hacía la viróloga del CSIC Margarita del Val, quien, por supuesto, defendía las vacunas con bastante más conocimiento de causa.

Pero las declaraciones que se ponían, una y otra vez, eran las de Victoria Abril. Como ha ocurrido ahora con el contenido de la entrevista de Évole a Miguel Bosé, donde éste defendía su postura negacionista sobre la pandemia del coronavirus y se despachaba «tengo acceso a todos los millones de documentos que puede tener cualquier ciudadano para darse cuenta de la gran estafa y de lo que esto va a traerles, porque van a caer todos, uno detrás de otro». Asímismo, acceso a millones de documentos que le hacen erigirse en experto.

Tan experto como Tamara Falcó, a la que permiten opinar de lo divino y de la humano en el programa El Hormiguero, que también habla de las buenas y malas vacunas y que ha obligado al inmunólogo Alfredo Corell, a salir al paso de estas ‘sesudas’ opiniones: «Muchas veces en la televisión la gente lleva a tertulianos que opinan, pero es que en ciencia no se opina, en ciencia nos basamos en hechos y en evidencias». Pero, al parecer, muy tristemente, en nuestro país, las opiniones de indocumentados valen mucho más, ‘venden’ más que las de los científicos, habiéndose transformado, algunos medios, en un foro de ignorancia.

¿En nombre de qué éxito se puede convertir a esta gente en voceros de la nada? ¿Cuándo desaparecieron de televisión las normas éticas y deontológicas?