Lo que acontece en Cataluña lleva tantos años siendo excepcional que ya no sorprende que a un intelectual (o a un simple opinador) se le ponga en la diana de las críticas por expresar un criterio político diferente al oficial. La semana pasada le tocó a Javier Cercas el linchamiento periódico, por acudir a Preguntes Freqüents, un programa de TV3, y defender que el golpe de Estado del 81 perpetrado por Tejero fue detenido por el rey Juan Carlos. Cercas se explayó en argumentos sobre la calidad democrática de nuestro país y puso en solfa el valor de la Transición como emanación de los principios democráticos que todo Estado moderno aspira a tener.

Y ese fue el pecado de Cercas, ensalzar en el corazón mediático del independentismo una realidad que ellos rechazan. En la mitología del independentismo hay un Leviatán que actúa en Madrid como hostigador de las libertades que encarna el pueblo catalán. ‘El pueblo’, ese invento dominguero para acotar las ideas discordantes, como la poda en un jardín enfermo, que dicen representar los medios de comunicación públicos en Cataluña, sin especificar muy bien dónde empieza y donde acaba ese ‘pueblo’, de cuántos miembros se constituye o cuáles son sus puertas de salida. Por eso, acudir a TV3 a pronunciar un discurso contrario a la fe independentista supone una afrenta mayúscula para el organigrama mental del nacionalismo, que es el que genera y hace digerir el discurso oficial a los amables contribuyentes.

Pero además, el pecado de Cercas adquiere diferentes formas. El escritor representa todo lo que no pueden tolerar desde la órbita indepe. Su historia es la de un charnego, un extremeño que con cuatro años emigró con su familia a la provincia de Gerona y que ha resultado ser uno de los catalanes más universales de los que hay actualmente por el mundo. Y sus armas no han sido el victimismo o el atril político, sino la escritura.

Una escritura en lengua española, la hablada mayoritariamente en Cataluña, la misma que es perseguida en las escuelas y organismos públicos, la que apenas se escucha en TV3, un medio que dice representar a todos los catalanes pero que, curiosidades del destino, solo habla para algunos.

Cercas ha desnudado la trampa del independentismo y lo ha hecho desde siempre. No ha sido de esas personalidades que han esperado a que el edificio cayera, a que la ficción se derrumbara, para salir a la luz con un discurso comprometido. Él se ha mantenido fiel a sus ideas y las ha hecho públicas durante toda su trayectoria, a través de artículos en periódicos nacionales e internacionales. Ha sido un embajador de la realidad cuando desde la Generalidad se difamaba al Estado español y se comparaba la Barcelona del 1 de octubre, con la Policía desplegada, con una suerte de Primavera de Praga o Tiananmén de Pekín. Sus artículos se han leído en Francia y en Italia y no ha dudado en poner su obra al servicio de la actualidad, como demuestra su última novela, publicada por Tusquets y titulada Independencia, donde las élites independentistas no sale muy bien paradas.

Pero lo verdaderamente preocupante en este linchamiento a Cercas no es tanto la actitud de los líderes independentistas, de cuyas fechorías ya estamos doctorados, sino el descubrimiento que buena parte de la prensa y sociedad española han tenido del suceso. Cercas ha sido atacado injustamente y se le ha llegado a comparar con Karadzic, militar serbobosnio condenado por genocidio en la matanza de Srebrenica (la figura literaria se la debemos al profesor universitario Enric Calpena), pero es el último de una larga lista que lleva años y años agrandándose.

Lo de Cercas lo lleva décadas sufriendo Arcadi Espada, sobre todo a raíz de la publicación de Contra Catalunya, una crónica que salió a la luz en 1997 y que anticipaba con extrema lucidez lo que iba a suceder. O Albert Boadella, al que le han atacado su casa de Gerona en más de una ocasión, hasta hacerle sentir extranjero en su propia tierra. ¿Dónde estaban los mensajes de apoyo, el compromiso de la intelectualidad? O qué decir de Pablo Llarena, juez instructor del procés, y los innumerables ataques a su casa en Sant Cugat, hasta el punto de haberse tenido que ir a vivir a Madrid con escolta policial. El caso extremo lo sufrió un profesor de literatura en el año 81, que fue secuestrado por firmar un manifiesto en defensa del español. Le dispararon en la rodilla y lo dejaron medio muerto para que se desangrase en un descampado. Es Federico Jiménez Losantos.

Qué maravilla de país, dos periodistas, un actor y un juez. Antes y ahora, todos perseguidos e intimidados por una turba que los medios llaman ‘anónima’ pero a la que le vemos las raíces. En Cataluña, desde hace demasiado tiempo, basta señalar con el dedo desde un medio de comunicación o un altavoz político para que al día siguiente sucedan esos hechos extraños e inexplicables: un acto vandálico, unas simples pintadas, equiparar a un castellanoparlante con un insecto, y suma y sigue. Con el caso Cercas parece que ha despertado la conciencia de cierto sector y han alzado la voz para denunciar la injusticia perpetrada contra el escritor. ¿Pero acaso esto no venía sucediendo contra otros? ¿Dónde estaban esas firmas que antes callaban y se han envalentonado con el ataque a Cercas?

Es la equidistancia, por supuesto. Ese ideal de ponerse de perfil y equiparar el delito del independentismo con la obligación de cumplir la ley. Ese «ni con unos ni con otros», ese mirar para otro lado si el periodista perseguido no es de los suyos o escribe su columna en un periódico opuesto a la ideología practicada. La equidistancia, que según Arcadi Espada es elegir la enfermedad ante la muerte o la vida, se ha llevado a la práctica con total impunidad. En Cataluña se ha normalizado la violencia contra determinada política, normalmente representada por Ciudadanos, PP y Vox. El PSC, que ahora anuncia que controlará TV3 tras el caso Cercas, se ha mantenido al margen de muchos de estos sucesos, de las agresiones a Cayetana, a Rivera y Arrimadas, a Garriga y Abascal. No entiende que esto no va de equipos. Ni siquiera de ideas, sino de democracia. La terrible connivencia de los socialistas con este tipo de actitudes es tal vez el mayor pecado que vive Cataluña, una estrategia electoral, el «yo no comparto esto, pero qué forma de provocar», que ha sido avalada por la Moncloa, a la espera de poder gobernar un día la Generalidad. Pactar en Madrid con ERC es aceptar que en Cataluña se persiga a Cercas y a tantas otras personas que alzan la voz contra el pensamiento único. Solamente funambulistas como Sánchez e Iceta pueden criticar lo sucedido en TV3 y a la vez seguir alimentando al monstruo. Es en el silencio de estos años donde se esconde el origen de muchos de los males que asolan hoy Cataluña.

Lo predecía Rocangliolo, el escritor peruano afincado en Barcelona, en una tribuna publicada en

El País

el 24 de julio de 2015. Alertaba de cómo los aparatos mediáticos del independentismo estaban censurando y borrando todo lo que sonara a español de las calles de Cataluña. Un canto en el desierto, lamentablemente. El drama de Cataluña es que si esto le ha sucedido a Cercas, que ha pasado de ser un orgullo para su comunidad a una suerte de Karadzic extremeño (ya ni catalán le dejan ser), qué le sucederá a Manolo, ese vecino de Vic que pasa los agostos en Jaén, el pueblo de su madre, cuando baja al bar y se hace el silencio ante su presencia. Esto está sucediendo desde hace demasiado tiempo y no hace falta que sea Cercas la víctima para denunciarlo.