No hemos visto ni un solo gesto de arrepentimiento, no han admitido ni el más mínimo error, ni entonces ni ahora», rezaba el manifiesto que se leyó el pasado sábado 10 de abril en el paseo Alfonso X de Murcia como protesta por la situación que viven las residencias de mayores desde el comienzo de la pandemia en la Región de Murcia.

Y es que, desde que la pandemia llegó a nuestras vidas he escuchado a algunas personas decir que quienes habitan en los centros residenciales de la Región son «como una gran familia», que viven como en casa. Sin embargo, el coronavirus ha revelado una radiografía dolorosa del estado de salud del actual modelo residencial concebido hace ya más de veinticinco años (sin inspecciones ni auditorías periódicas) evidenciando un modelo obsoleto y desfasado al no entender que la sanidad pública es un derecho de todos y todas, independientemente de donde duerman nuestros mayores, en una Región en la que faltan 8.000 plazas para cumplir con las recomendaciones de la OMS, que fija la ratio en cinco plazas por cada cien mayores.

El Partido Socialista de la Región de Murcia, que lleva en el ADN de sus convicciones la justicia social apoyó la comisión de investigación que pedían las familias (rechazada por el opaco Gobierno de tránsfugas). Se sumó con su denuncia a las diligencias de la Fiscalía. Y presentó incitativas que protegieran a los trabajadores y las trabajadoras y dignificaran la vida de nuestros abuelos y abuelas.

Pero para los y las socialistas de la Región no basta con tener la intención de cambiar. Hay que cambiar lo que se tiene intención de mejorar. Porque no nos podemos engañar. Ningún establecimiento colectivo puede proporcionar la intimidad, la autonomía, la individualización de vivir en tu propia casa. Ningún establecimiento colectivo puede substituir a una familia.

No obstante, todos y todas sabemos que hay situaciones en las que una persona mayor no puede seguir viviendo en su casa, y tiene que recurrir a un centro residencial. Y en ese sentido trabajamos por un nuevo modelo residencial para la Región que se aleje del actual régimen militar. Y en este objetivo, hay tres rasgos del modelo residencial que es preciso superar: la masificación, la sobreprotección y la infantilización. Porque en casa, estas cosas no se harían.

A las personas mayores en un centro residencial se les dice lo que pueden y lo que no pueden comer o beber y cuándo han de levantarse y acostarse. Se les organiza la jornada y las actividades en las que tienen que participar, sin importar en muchos casos si quieren hacerlo o no. Se limita la presencia de mascotas, tan importantes para algunas personas. O usar determinados objetos, que para algunas personas forman parte de su vida. En definitiva, vivir en un centro residencial es estar sometido a normas e imposiciones dejando a la persona sin apenas margen para decidir sobre su propia vida.

Es por su bien, claro. Pero no es como vivir en casa.

Y por supuesto, debemos evitar la masificación contraria a la vida hogareña y que contribuye a una falta de intimidad y a vivir en espacios compartidos con decenas de personas, donde eres ‘una más’. Superarla exige que los centros se organicen en espacios amables, de características hogareñas, para grupos reducidos de residentes. Y para ello urge adaptarnos a una nueva realidad que pivote sobre el principio de autodeterminación de la persona y que trate de superar el modelo actual basado en la satisfacción de necesidades y provisión de cuidados fundamentalmente asistenciales y sanitarios a través de microresidencias o unidades convivenciales con un máximo de quince personas.

Un tránsito que hoy es más posible que nunca gracias al incremento de seiscientos millones de euros de la dotación a la dependencia. Y al reparto entre las Comunidades autónomas de los 750 millones de euros destinados a impulsar la economía de los cuidados.

Una apuesta clara del PSOE por la política social cuyo fin último son las personas. Porque al final del camino, al llegar al último puerto, en el fondo todos queremos lo que el viejo Santiago de Hemingway. Reposar en casa al cuidado de nuestro particular Manolín.