Si hay un misterio digno de ser contado en un programa como Cuarto Milenio es el del implacable cumplimiento de las estadísticas. En España muere de media una mujer a la semana por violencia doméstica. Año tras año, todos los años. Y si no muere una en esta semana, hay que esta pendiente porque probablemente morirán dos la semana que viene. Eso no significa que exista un dios bíblico que controle desde el más allá las voluntades de los seres humanos, sección jodidos machistas, y que obligue a uno de ellos cada semana a matar a su pareja. Pero suceder, sucede. Recuerdo una conversación con un jefe de seguridad de Refinería, que estaba inquieto porque hacía tres años que no había habido un accidente grave, desafiando la estadística recurrente de los últimos cuarenta años de historia de la fábrica. Parece mentira, pero el año de esa conversación hubo un accidente, y muy grave, por cierto. El dios de la estadística estaba servido.

LA PERCEPCIÓN DE LOS JUGADORES.

Otro misterio relacionado es el de por qué la gente sigue empeñada en gastarse el dinero que tiene a cambio de fantasear con el dinero que no tiene ni nunca obtendrá. Y una cosa está relacionada con la otra. Porque mucha gente, tanta como para alimentar a costa de sus magros ahorros a los gigantes públicos y privados que se enriquecen con estos perdedores, no tienen conciencia de lo que supone la probabilidad estadística.

Y esta situación, que aqueja a los jugadores, también provoca un fenómeno de percepción del que es un espejo: la probabilidad de que te dé un trombo si te pones una dosis de una de las vacunas elaboradas a partir de adenovirus del catarro atenuado, como es el caso de AstraZeneca o la de Jansen. En fin, un juego de estadísticas y probabilidades que nos lleva a percibir de forma distorsionada la realidad y, lo que es más grave, tomar decisiones equivocadas derivadas de esa percepción. Si todos aplicáramos el mismo criterio hipocondríaco de los que no quieren vacunarse por los trombos a los efectos secundarios calificados de muy raros en los prospectos de las medicinas que nos recetan, probablemente la Seguridad Social se ahorraría cientos de millones de euros en medicinas.

EN LA COLA DEL PABELLÓN.

Las autoridades sanitarias se han hartado de decir que la probabilidad estadística de que mueras por un trombo causado por una de las vacunas desarrolladas a partir del adenovirus convenientemente capado del catarro de un mono (capado el virus, no el mono), es muchísimo menor que la correspondiente probabilidad de que te infectes con el Covid 19 y con ello obtengas un pasaporte para el otro barrio, como lamentablemente le ha sucedido a más de tres millones de ciudadanos en todo el mundo hasta ahora. Pero no obsta para que produzca canguelo ponerse una vacuna que se asocia cada día con trombos más o menos fatales aunque sea en uno de cada millón de inyectados. No me quiero poner medallas, pero yo, que no pongo mi suerte al albur de algún lotero ni que me aten, no dudé ni un segundo en acudir al Pabellón Municipal de Deportes para que me inyectaran el catarro del mono de Boris, o sea, la vacuna de Astrazeneca desarrollada por la universidad de Oxford en comandita con la susodicha multinacional anglosueca. En vez de hacerme el sueco, valga la comparación, me dirigí puntualmente a mi cita, comprobando con consternación que solo tenía una persona delante de mí para ser vacunada y ninguna que me siguiera. Lo cual dice poco de alguna de estas dos cosas, o probablemente de las dos: la capacidad organizativa de nuestro Servicio Murciano de Salud, o la clarividencia estadística de los vecinos de Murcia, que se acojonan por algo que es materialmente imposible que les pase desde una perspectiva individual, tanto como que les toque la lotería cuando compran una participación miserable del sorteo del viaje de estudios del colegio del zagal.

El cambiante criterio político.

Tampoco ha ayudado a reafirmar la confianza del personal vacunable el continuo cambio de criterio de los políticos de turno, en parte excusados por los cambios de criterio de las propias autoridades sanitarias nacionales y regionales. La Organización Mundial de la Salud, cuyo criterio reiterado hasta el aburrimiento es que cualquier vacuna es mejor que ninguna vacuna (aunque cause daños indeseados a una ínfima parte de los vacunados) lo mantiene porque cuenta con una perspectiva global. No es lo mismo enfrentarse a que un vecino de tu Lander o Comunidad Autónoma le dé un arrechucho por la vacuna, que contemplar desde la perspectiva de la OMS, millones de víctimas seguras por el temor a una número de muertes irrelevante desde el punto de vista de las probabilidades estadísticas. Pero al final da igual.

Stalin pronunció una vez una frase derivada de su conocimiento íntimo de lo más negro de la condición humana y que hiela la sangre del más pintado: «Un muerto es una tragedia; un millón de muertos es una estadística».

También deberían pensar los que dudan en acudir a ponerse la vacuna del mono, que si ellos no se vacunan, no solo se están perjudicando ellos mismos, sino que están perjudicando al resto del rebaño. En ese rebaño que somos todos, ellos se comportan como la oveja negra y, aunque merecen nuestra comprensión porque el miedo es libre, no tienen nuestra disculpa porque el bien de la mayoría está por encima del interés del individuo, parafraseando al Dr. Spock de Star Trek. En mi esfuerzo por comprender su comportamiento antisocial e insolidario, me recuerdo a mí mismo renunciando al primer billete de avión que mis padres me compraron, con la consiguiente pérdida económica, debido a mi insuperable temor a volar, felizmente superado con los años.

El que las estadísticas nos aseguren con su certeza implacable que volar es el medio más seguro de viajar, deja imperturbables a un considerable número de personas que no han podido superar su miedo al avión. Ni siquiera los miles de víctimas de la carretera son capaces de hacerles sentir una mínima parte de ese miedo al coger su coche cada mañana. El dios de las estadísticas es ciego, pero los humanos que las desafían no queriendo vacunarse o jugándose el sueldo a las tragaperras, parecen más bien un poco cortos de entendederas.