EL JUEGO DE LOS DIOSES

En los jardines de Jalauddin Muhammad, el Grande, emperador mogol de la India, hay grandes celebraciones. Su Alteza está contento y confiado, quiere dejar atrás exilios y disputas civiles. A veces teme que la semilla de la discordia no haya sido arrancada del todo, pero hoy no es día para pensar en eso. El Gran Mogol es feliz, no turbemos su tranquilidad. Tiene, sin duda, motivos para la dicha. El emperador ha restaurado el orden. Ha ampliado sus dominios y ha consolidado la lealtad de los príncipes hindúes.

A su morada han acudido sabios hindúes, musulmanes y hasta jesuitas cristianos.

Todos se han reunido bajo su sagrada presencia para buscar el bien de la humanidad. El Poderoso, el Grande, sabe que un rey mogol ha nacido siempre con una vocación por la monarquía universal; piensa que quizá, algún día, podría nacer en su corte una religión compartida por todos. Alguien habrá para hacerse intérprete de sus deseos, porque él, Príncipe poderoso, tiene poco tiempo para teologías y lecturas. Hay quien dice que su Alteza Serenísima, Señor de las Cuatro Regiones del mundo, no sabe, de hecho, leer. Pero él es hombre práctico, más ocupado en montar a lomos de elefantes y cruzar el Ganges.

Debe cuidar la virtud de sus soldados, y cuando no están en guerra, comparte con ellos cacerías, o maniobras y extenuantes marchas, incluso aquí, en el caluroso clima que pesa sobre Fatehpur Sikri, la ciudad mandada construir por orden suya. Alguien así no tiene tiempo para leer a fondo las obras de todos los sabios. Además, por la excelencia de su espíritu, tampoco lo necesita. En la corte se conocen las obras de Platón y Aristóteles, y muchas otros autores que dejaron obras escritas en sánscrito, persa y árabe. Las artes brillan, pues un príncipe sabio gobierna el país, ha abolido las leyes injustas; grandes obras y palacios dan cumplida cuenta de su poder.

Hoy es día de fiesta y Su Alteza ha ordenado callar a nobles y mandatarios.

Desea ir a los jardines que adornan su palacio para el gran juego de chaupar. El emperador ha disfrutado siempre de este entretenimiento con el que ya los dioses hallaban solaz según antiquísimas epopeyas.

Ha valorado su simbólico tablero en forma de cruz, la danza de las piezas de madera y los dados confeccionados con conchas cauri. En Europa vosotros aún bebéis de las fuentes del Renacimiento, y aquí puede decirse que el Gran Mogol es también, a su manera, un príncipe renacentista. Mientras en las cortes italianas las familias nobles se visten imitando a sus dioses y celebran desfiles con un carro para Venus, Jalauddin Muhammad ha mandado que el tablero del juego sea tan grande como el jardín de su palacio y lo ha trasladado a la escala humana. Se ha reservado para sí el centro, y a sus esposas y concubinas les ha concedido el papel de ser las fichas vivientes.

Ahora que el emperador es grande y su poder indiscutible, dirige a todos los presentes a su inmenso jardín.

El gran tablero de chaupar forma cuatro brazos de mármol en damero con cuadros blancos y rojos. Él mismo ocupará el punto místico donde se cruzan los brazos, y hacia él, rotando por las casillas, irán dirigiéndose, según lo permitan las conchas y la diligencia de los jugadores, las dieciséis concubinas del Gran Señor, reproduciendo la danza más antigua de la Tierra. Mi amo sonríe, aun siendo fiel sufí, bendecido por el bienaventurado Salim Chishti, cierra los ojos y piensa en los dioses Shiva, el poderoso danzante y destructor del mal, y Parvati, su esposa bondadosa y bella madre de todos, sentados uno frente al otro, moviendo las piezas en una partida eternamente renovada, finalizada y vuelta a comenzar. Se siente un poco tentado de compararse con ellos, y satisfecho, llama junto a él a su primera esposa, la madre de su heredero legítimo, Su Alteza Mariam uz-Zamani, que es hindú. Pues mi amo, felices los nacidos bajo su manto, dispone de la creación y de todos sus seres de idéntica manera que los dioses de antaño, solo con mover las manos para lanzar sus dados.