Conozco una encantadora militante del PP, muy buena gente por cierto, que esta semana presumía en las redes sociales de haber recibido por correo unas pulseritas de propaganda electoral de Madrid, con la bandera de España, por supuesto, y con la frase: «Comunismo o Libertad: Yo con Ayuso». Encantada, ella estaba deseando ponérsela en la muñeca y a mí me ha movido a escribir estas palabras, porque tengo la sensación de estar viviendo en una época que no me corresponde. Siendo yo un admirador de las ficciones literarias y cinematográficas que incluyen utopías, distopías y viajes en el tiempo, he de reconocer, por el contrario, que en la realidad cotidiana me chirría la manía de volver al pasado, por vagancia intelectual, por nostalgia escapista o, peor aún, por intereses electoralistas.

Nunca he sido de uniformes, modas, insignias, pines ni pulseritas, que siempre me han parecido una especie de marca para ser identificados como el ganado o como aquella estrella de David que distinguía a los judíos en la época nazi. Así que si todo el mundo lleva los vaqueros rotos, yo me esforzaré en buscar una tienda donde los vendan sin agujeros; si se pone de moda el pelo largo en los hombres, pues yo bien corto, pero si todo el mundo va uniformado por el corte al cero hasta más arriba de las orejas, pues yo me dejo las tracas. Reconozco que la uniformidad me produce sarpullidos y que siempre me escapo por sendas alternativas cuando me han preparado un cómodo camino recto hacia el redil. Así que no me veréis vistiendo siempre como ningún clan determinado, ni señalando con un pendiente, una argolla o una pulsera que pertenezco a los unos o a los otros. Puede que siempre me haya gustado nadar contracorriente o puede, simplemente, que me guste un mundo en libertad, palabra tan manipulada últimamente.

Parece que han renacido de sus propias cenizas los antiguos demagogos de la ‘ilustración y propaganda’ se llamen Goebbels o Rodríguez. Y eso ya sabemos que siempre termina en una guerra, así que no deberíamos hacerles el juego escuchando sus cantos de sirena. Es penoso que hayamos vuelto otra vez a identificar a ‘los otros’ como ‘enemigos de lo nuestro’, cuando ya se ha demostrado que no hay ni razas puras, ni únicas religiones verdaderas, ni ideologías perfectas, ni equipos que siempre jueguen bien, ni banderas eternas, ni malos que lo sean en todos los ámbitos de su vida, ni buenos que no tengan pecados de los que arrepentirse.

Este 14 de abril hemos conmemorado novena años de la II República de España y, pese a las apariencias y a tantos nostálgicos, de uno y otro lado, por suerte estamos en predisposición de aprender de nuestra propia historia, para no repetir lo que nos lleva al precipicio y para recuperar lo que se cercenó por la intransigencia, la violencia y el fanatismo ciego. La historia demuestra que en España ya vamos sobrados con nosotros mismos y no tenemos necesidad de enemigos externos. Guerras inciviles hemos tenido unas cuantas y entre ellas, las más absurdas de todas: pelearnos entre los de abajo para imponer qué rey o señor se nos posa arriba ¡hay que ser masoquistas!

Otra de nuestras históricas especialidades es la de mandar a los demás españoles al exilio, sobre todo si ‘se creen’ más listos, más estudiosos o más modernos que el común de los tormos. Siempre me pregunto sobre qué nivel de desarrollo económico y cultural tendríamos en la actualidad si no hubiésemos gastado vidas, energías y dinero en guerras de religión, de sucesión o de identidad nacionalista. ¿Qué hubiera pasado si se hubiesen reconocido como ciudadanos de las Españas a gentes que llevaban aquí más de ochocientos años (muchos más que Rocío Monasterio) y que construyeron maravillas como la Alhambra, la mezquita de Córdoba o tantas medinas y huertas? ¿Qué hubiera pasado si no se hubiese expulsado a los judíos, muchos de los cuales fueron la clave del progreso científico y económico de los Países Bajos, donde se refugiaron? La Península Ibérica, desde el principio de los tiempos, ha recibido a multitud de civilizaciones y eso nos ha hecho quienes somos, nos ha traído la cultura, el comercio y, como se sabe por la genética, la tan necesaria renovación de la sangre y diversidad. Si hubiésemos seguido con aquello de la ‘pureza de raza’ ya tendríamos la cara de aquél nuestro rey Carlos II el Hechizado, y Julio Romero de Torres no habría podido pintar a la bella mujer morena.

De la serie Star Trek he aprendido cosas que vosotros, que tampoco leéis a Stefhen Hawking, no creeríais: que a veces hay perturbaciones en el espacio y en el tiempo y, sin necesidad de meterte en un agujero de gusano, ni en una puerta de El Ministerio del Tiempo, te encuentras personajes como salidos de otra época, con sus toletoles de antes, que vienen ahora, con lo que ya sabemos, a calentarnos la cabeza con guerras ya superadas. Es lo que me pasa con esa propaganda de ‘comunismo o libertad’, que me quiere retrotraer a otras épocas para llevarme al redil. Pero yo, que de niño fui pastor como Miguel Hernández, prefiero ser cabra que tira al monte y no que me hablen de libertad mientras me acorralan.

El miedo al comunismo vino muy bien para controlar al personal por quienes hicieron mucho negocio con las guerras frías y calientes, siempre fratricidas. ¿Alguien duda de que las guerras, te las vendan como te las vendan, son todas por intereses económicos? Hoy nadie debería asustarse con un comunismo que ya no reivindica ni la gran revolución. Hay que reconocer que de la utopía igualitaria de una sociedad comunista más justa, a lo que pasó en el llamado ‘socialismo real’, va un trecho, pero hasta el filósofo conservador Fernando Savater en su Política para Amador, reconoce que»el comunismo ha sido muy útil y beneficioso en los países capitalistas; donde ha funcionado fatal ha sido en los países comunistas». Hay que llevar unas anteojeras muy ceñidas para no reconocer que el socialismo y el comunismo democrático han posibilitado muchos avances para la igualdad, la democracia, la cultura y el bienestar social y laboral. Hoy día, solo los lobos con piel de cordero se atreven a negar la gran contribución de aquel comunismo que se desligó de los postulados dictatoriales de Stalin y del control de la potencia rusa para, con el denominado eurocomunismo, contribuir decididamente a evitar un salvaje capitalismo que ya habría explotado sin esta contraposición dialéctica.

La contribución del comunismo a la reconciliación y a la democracia española es impagable e innegable, eso lo vio muy claro el presidente Suárez y hasta el propio monarca Juan Carlos I. Han sido muchos los buenos comunistas que se dejaron la piel y a veces la vida, para conseguir cosas que hoy, seamos de derechas o de izquierdas, todos disfrutamos. Tampoco hay que olvidar la gran aportación al pensamiento, a la cultura y al arte de centenares de insignes comunistas como Pablo Picasso, Rafael Alberti, Gabriel Celaya, Paco Rabal, Vázquez Montalbán, Pablo Neruda, Saramago, Bertrand Russell, Bertollucci y tantísimos otros que trabajaron por la libertad, cuando a la derecha de este país esa palabra le daba repelús y hasta encarcelaban a quienes la pronunciaban. Todos aquellos comunistas permanecerán en la Historia, mientras estos de las pulseritas se perderán para siempre… ya sabéis cómo.

Parafraseando a Antonio Machado, «tu libertad no, la libertad para todos, y ven conmigo a buscarla, la tuya guárdatela». Es que está muy feo eso de comprarse una camiseta con la palabra ‘libertad’, a ver si me votan y, al mismo tiempo, borrar los versos del poeta de Orihuela que escribió aquello de «Para la Libertad sangro, lucho, pervivo…». Todo esto mejoraría leyendo un poco más, pero de eso hablaremos la semana que viene, con motivo del Día del Libro.