La vida pública y la lucha por mantener el poder a cualquier precio tienen evidente parecido con un gran tablero de ajedrez. Pero las diferencias no son menos notables. En la vida pública no se decide sobre piezas inanimadas, sino sobre el destino de personas reales. Además, las jugadas de los actuales maestros en política no se pueden transcribir en lenguaje claro y ordenado, en el código eterno, clásico, limpio y matemático, que emplearían los estudiosos del ajedrez al analizar y reproducir las jugadas inspiradas con las que, un día, se desplegaron las fuerzas para inaugurar una apertura, se logró que el centro no cayera en manos enemigas durante los momentos decisivos del medio juego, se resolvieron los finales en prodigiosas maniobras de acoso al rey rival, combinando inteligentemente la agilidad de los caballos, la profundidad de los alfiles y la rotundidad de las torres, o en conclusión, con cuánta violencia cambió el escenario del juego cuando, sucede a veces, un peón corona reina y garantiza un golpe de muerte al rival, y entonces, el jaque mate se vuelve inevitable, se ve venir ya a pocos movimientos sin posibilidad de remisión.

Efectivamente, la lucha política, con sus tragicómicas mociones de censura y su esperpéntico tráfico de dignidades y cargos, de todo lo cual hemos podido tener prueba fehaciente durante los últimos tiempos, forzoso es reconocerlo porque está a la vista de todos, es mucho menos elegante que el ajedrez.

La política, al menos en la hermosa región donde crece el limonero y se respira azahar, es diferente. Ha recorrido el camino inverso al ajedrez. Mientras éste comenzó siendo un juego que se convirtió en ciencia y en arte, algo digno de reyes, aquélla, que era antaño una ciencia y un arte, se ha degradado hasta el punto de convertirse nada más que en un juego, sin ciencia ni arte. Algo no digno de reyes, sino adecuado a especímenes menos versallescos y más pragmáticos, no para quienes exhiben el florete colgando por fuera de la elegante casaca, sino para los que llevan la navaja escondida en un bolsillo del pantalón.

Sometidos al impulso de la conservación del poder cueste lo que cueste, algunos reyes del juego político han confundido el arte del sacrificio, y ahora entregan piezas, o consejerías, no para conseguir ganar la partida, sino para frenar el previsible desenlace cuando las opciones se agotan: en tres movimientos, jaque mate.