«Bienaventurados los que no se arrastran al desenfreno, los prudentes. (Y no los seductores de señoras que no son la suya (o viceversa). Bienaventurados los vikingos porque sus cuernos son postizos». Artículo de Jutxa a Los Infieles, Salmo 15:4/21

Se agota por el uso o se oxida por el desuso, ley de vida. ¿Tiene solución el desgaste de una relación? Permítanme que les diga algo, mal desenlace tiene eso. Son muchas las fórmulas magistrales que recibimos a través de películas, en forma de canción. Manifiestos que nos invitan a través de la ficción a recuperar la intimidad y la complicidad que una vez pudo existir, pero ardua tarea es la de conseguir de nuevo el pálpito extraviado por el camino de la convivencia.

Igual no debería ser difícil, bastaría con cambiar el chip y retomar costumbres que han quedado atrás, que se han perdido. No se trata de hacer grandes cosas, una escapada, practicar algún hobby en comunión o yo qué se. Mi lema siempre es el mismo: «El Amor es para los Valientes», y por valentía lo que entiendo determinación y agallas para enfrentarnos a situaciones complicadas, pues nada hay más dificultoso que recuperar la pasión perdida. Pero la vida no es Breathless (Jean Lucas Godard,1960) haciendo una versión menos gris de Bonnie&Clyde donde haya que centrarse en el lado peligroso de las relaciones. Esto es la vida real en pareja y aquí se convive en días buenos, malos y regulares. Esos días en los que hay que andar a pecho descubierto cuando la rutina se instala como la tercera en discordia, porque nos resignamos a una vida de automatismo que deja poco espacio para la creatividad .

Nos diezma en estos tiempos la deseperanza, el cansancio físico que en ocasiones provoca el trabajo, el agotamiento psicológico que supone conseguir llegar a fin de mes, hacer la colada, llevar a los niños a infinitas extraescolares, y debe ser ahí cuando falta la comunicación porque las conversaciones con tu pareja tornan a preguntar qué hay de cena o a no olvidar que el domingo se corta el césped antes de ir a comer con los suegros. Nos aniquila la desesperanza cuando cometemos el error de no decir jamás «te quiero» porque damos por hecho que el otro ya lo sabe, y la comodidad que aporta vivir inmerso en nuestra zona de confort hace que nuestros sentimientos se vuelvan rígidos al no ejercitarlos, y nos incapacitan para romper esa rutina al dejar inconscientemente que sea el otro quien tome la iniciativa, pero el otro tampoco tiene ganas de mambo. Y ya no somos ‘cielo’ o ‘cariño’, en el peor de los casos ‘churri’ o ‘cari’ (esto último debería estar penalizado), cuando rebasamos la frontera de llamarnos ‘papi’ o ‘mami’ está todo perdido, aquí ya no queda nada que rascar si a pasión se refiere. La hemos jodido, pero bien.

Hemos olvidado cuidarnos mutuamente, nos hemos anclado en la monotonía, en el aburrimiento. Pasando por alto la máxima de que en el abrazo del otro radica el mayor encuentro con uno mismo. Nadie abraza porque sí, un abrazo sale de las entrañas, del mismo lugar donde se origina el deseo, la sensualidad y la admiración. Por cierto ¿cuánto hace que el deseo sexual con tu pareja se fue a la deriva? Te has preguntado porqué o has preferido alternar frialdad, monotonía o pasividad con un matiz externo a base de lujuria, erotismo y concupiscencia que te ofrezcan por ahí. Es seguramente la peor opción para escapar del declive al que estás sometido, la manera más vulgar de tapar un conflicto. Que siendo medianamente cabal atajarías clamando al error o mejor aún, cortando de raíz por mucho que duela durante un tiempo.

Hoy no me sale el chiste que siempre hago al proclamar que soy fiel por higiene. Trabajar tantos años en una consulta de Ginecología hace que te plantees cosas tan simples como esa. Entendería la infidelidad si al que someten a esos cuernos tuviera también derecho a sus propios viajes, a pasear por otros cuerpos sin soportar la carga de una promesa o la de una educación judeocristiana. Porque os diré algo, queridos, si supieran el daño moral que suponen esas figuradas astas, no los pondríamos, y para luego es tarde.

Esto es la vida real, repito, donde las consecuencias de los actos fallidos de un cobarde arrasa con todo lo construido. Y aquí, cómo diría en una de sus canciones mi grupo de cabecera desde hace semanas , Los Fusiles, no existe un teléfono para reclamar nada a golpe de botón dónde la voz de una operadora dicte la solución para enmendar el dolor ocasionado, el detrimento irreparable por haber confiado en la garantía del que te dio su palabra sin dejarte leer la letra pequeña del contrato.

¿Quién nos repara tanta ruina, tanto daño?

Canción que escucho mientras escribo:

La Reclamación - Los Fusiles. (Victoriosa , Family Spree Recordings 2021)