Es de lo que va este 2021. Hemos consumido más de cien días anhelando cambios a mejor en todos los aspectos de nuestra vida, desde el sanitario al económico, desde el laboral al ocio, hasta en lo político sin que nada llegue.

Desistimos en Año Nuevo de los pronunciamientos de rigor sobre quitarnos el tabaco y ponernos al gimnasio, dejar de comer y beber porquerías y aprender idiomas, por los de vencer al coronavirus y disfrutar de una libertad recortada por la exgencia pandémica.

Pero seguimos aguardando mientras tachamos un día tras otro en el calendario o cruzamos barras sobre los seis palitos que rascamos en la pared de nuestra frustración como hacen los presos en los muros de sus celdas. Al menos los de las películas, que siempre, por cierto, son buenos e inocentes.

Devoramos ávidamente telediarios llenos de gráficas y curvas de contagios mientras surfeamos embozados con mascarilla sobre la cuarta ola de coronavirus, una más, en un mar inagotable de enfermedad.

Esperamos que nos llegue el turno de alcanzar la inmunidad en medio de los bandazos que dan las programaciones de las vacunas por culpa de unos Gobiernos que actúan sin criterio científico pero con la histeria que les provoca el asumir una muerte por reacción adversa cuando no han reconocido que les fallaron a miles por falta de respuesta sanitaria adecuada.

Algunos aguantan como pueden los continuos abre-cierra de sus establecimientos con la esperanza de que llegará un día, que se les sigue negando por ahora, en el que volverán a trabajar con normalidad. Por no hablar de los funambulistas que hacen equilibrios sobre la cuerda de los ERTE.

Reservamos para luego anular y posponer hasta el siguiente desencanto esos soñados viajes aquí y allá para cuando nos dejen desplazarnos.

Miramos al cielo en la confianza de que algún día resulta que caerá el maná de unos fondos europeos de los que cumpliremos un año escuchando que vendrán. Pero como si se tratara de rogativas pidiendo el agua, de momento pinta de llover billetes no presentan los cielos de Bruselas. Tendremos que seguir tirando con lo que nos vayan fiando mientras la púa en las cuentas públicas las terminarán pagando nuestros tataranietos.

Y aquí, encima, en Murcia, aguardando a que el Gobierno regional y la Asamblea vuelvan a recuperar la seriedad, si es posible, y sus políticos se pongan a aprobar los Presupuestos de la Comunidad 202. No nos queda otra: esperar y esperar.