Entre los términos usados por los abogados para referirnos a un hecho ilícito es frecuente el uso del sustantivo violación, otras veces decimos infracción, vulneración, incumplimiento; también aunque con otros matices, se habla de desviación o abuso de la ley, pero éstos se refieren con más exactitud al poder ejercido desde un cargo público. La violación, como concepto penal en los delitos contra las libertades sexuales, antiguamente llamada honorabilidad o simplemente honra, es una agresión sexual mediante violencia o intimidación. Es siempre un delito doloso. Los actos deshonestos no consentidos en los que no media violencia o intimidación son los denominados abusos sexuales. La distinción se hace necesaria, independientemente de su denominación, para la graduación de las conductas ilícitas, otra técnica jurídica que diferencia la gravedad de los hechos, generalmente determinada por la concurrencia de dolo o culpa, y que en definitiva afecta a su mayor o menor punibilidad.

El simple ‘no es no’ resulta insuficiente para este fin. Desde este punto de vista, cabría preguntarse si el transfuguismo de los exdiputados de Ciudadanos en la Asamblea Regional es legal o no, en definitiva, si tenemos que entrar en el terreno sexual o queda en un mero flirteo. La respuesta inicial es, sin duda alguna, que los tránsfugas estaban en su derecho, no cometieron ninguna ilegalidad. Apartarse del compromiso con su propia palabra dada al firmar la moción de censura contra López Miras, no infringieron ninguna ley. Por eso, su nombramiento como consejeros del Gobierno regional no puede decirse en puridad que sea una compraventa de votos. Otra cosa es que nada empece llamarla dádiva, presente, cohecho, coima, presente, regalo, donación, soborno, remuneración, precio, contraprestación, tributo, alcábala, portazgo, incluso pernada. ESTRELLAS FULGURANTES. El revuelo mediático, en los tiempos de la telebasura y los ‘shows’ mediáticos, nos muestra entrevistas a los tránsfugas, inquiridos por sus motivaciones, querencias, incluso convicciones (por respeto no las llamaré morales), en definitiva convertidos en estrellas fulgurantes un instante antes de convertirse en fugaces.

Por eso, Francisco Álvarez no ha podido resistirse al protagonismo mediático y, en una acrobacia política digna de un perito volatinero, ha pasado de trapecista a funambulista. Entiéndeme, atento lector, que use una metáfora circense y, en ese contexto, quien cambia de barra en un ejercicio acrobático es un trapecista, mientras que quien camina en equilibrio sobre una cuerda es un funámbulo o funambulista si ese es su oficio. Si utilizáramos el campo semántico de la marinería, el término para referirnos a quien abandona un barco antes del naufragio sería si es humano, náufrago, mas si es animal y roedor lo omitiremos, pues pudiera confundirse con injurioso vilipendio. La pericia (no digo peripecia, para no denostar a nadie) de Francisco Álvarez como consejero de Empleo es notable. En menos de un mes ha sido diputado de Ciudadanos, tránsfuga, consejero, exconsejero y portavoz del grupo parlamentario sin ser ya miembro del partido mismamente intitulado.

La pirueta es notable y demostrativa de que quien tiene empeño, puede desarrollar distintos oficios sucesivos sin llegar a ser nunca desempleado, o simplemente desoficiado. Obsérvese que en el mismo tiempo, el presidente de la Asamblea, Alberto Castillo, escudado en una impostada neutralidad institucional, hace méritos como pontífice, etimológicamente el que hace puentes, tal vez para cruzar las aguas del pequeño estrecho que lo separa de San Esteban. Pero más allá de la legalidad, es siempre cuestionable la legitimidad, un concepto que supera a aquél en la literalidad de la norma para trascenderla en el terreno de la ética. Los antiguos romanos carecían de una constitución escrita, que es un invento moderno. Su antigua ley de las XII Tablas era una miscelánea regulatoria de lo más variado. Cuando recurrían a las normas más sagradas fundadoras de su polis, apelaban a los ‘mos maiorum’, las costumbres de los antepasados. Del genitivo ‘moris’ deriva en nuestra lengua ‘moral’.

Si examinamos someramente el término, comprobaremos que lo moral, lo ético, del griego ‘ethos’, para una sociedad, viene a ser lo ajustado a las costumbres más arraigadas, lo que siempre se ha considerado como el comportamiento correcto. Nuestro sistema es una democracia representativa, que parte del supuesto de que los parlamentarios electos son los representantes del pueblo. No es exactamente así, pues los electores votamos a una candidatura confeccionada por un partido y, sin embargo, la independencia del cargo les permite apartarse del partido que lo incluyó en sus listas, incluso le exime de responder por las promesas electorales incumplidas. De esa manera, el transfuguismo no es ilegal, sino inmoral, porque se aparta del comportamiento que los electores consideramos ético, correcto desde el punto de vista social porque responde al comportamiento adecuado a los valores de honorabilidad y responsabilidad con la palabra dada públicamente.

LEY Y LEGITIMIDAD

Por lo tanto, los tránsfugas de Ciudadanos no han violado la ley, no han cometido legalmente una violación. Otra cosa es la legitimidad de sus actos desde el punto de vista moral. No hay infracción, pero eso no es óbice para considerar el abuso de la ley. Pues comete abuso de derecho quien de manera intencionada sobrepasa manifiestamente los límites normales de su ejercicio, causando con ello daño a un tercero, que sería en este caso el ‘demos’, el pueblo soberano. Por su generalidad, hemos de recurrir al terreno de la ética y moral, a la conducta socialmente correcta y adecuada. De manera que lo legal puede ser ilegítimo o inmoral. De esa manera podemos concluir que no hay violación, pero sí abuso. En el bien entendido caso de que no hablamos de cuestiones sexuales, pero sí de algunas que afectan a la honorabilidad de las personas. Me queda, antes de despedirme, apreciado lector, pedir excusas por el trasiego de campos semánticos que he venido haciendo a lo largo de esta columna y que pueden haber llevado a la confusión en algún momento, pues dudo de mi habilidad como bodeguero al cambiar el vino de la barrica al barril y luego a la botella, y he podido confundirte hablando de la ley, el circo, la marinería o, como tantas veces diría Sigmund Freud, simplemente de cuestiones sexuales.