Hace algún tiempo un crítico afirmaba que no se «fiaría de un poeta español que no se sepa de memoria trechos de [determinados libros]», y unas líneas más abajo comentaba que «no hay que hablar de libros de poetas jóvenes [sino] de libros buenos». Tales palabras —bajo la entradilla «pezqueñines no, gracias»— parecían dar una impresión de rechazo general hacia la poesía joven, al parecer errónea. Quizás por eso matizó más tarde que «hay poetas que en su primer libro demuestran [...] ganas de hacer algo completamente distinto y otros [...] empeñados en demostrarnos todo lo que han leído. Ni lo uno ni lo otro sirven por sí solos, y quienes tengan algo que decir irán llegando poco a poco a encontrar [...] su fórmula, personal e intransferible [...] Prestar atención a los autores nuevos no puede más que enriquecernos: pensar que uno no puede aprender nada de quienes son más jóvenes que él es la primera señal de decadencia intelectual. Pero una forma de respetarles es darles tiempo».

No parece que sobre recordar que en poesía no hay verdades absolutas. Contra muchas opiniones divergentes, he sostenido siempre que los jóvenes poetas no deberían abstenerse de publicar sólo porque, seguramente, con el tiempo se arrepentirán de esos frutos tempranos. Es obvio que muchos/as lo harán, como lo es que recibirán críticas buenas, tibias o malas, y que a unas y otras tendrán que saber sobreponerse si realmente tienen un camino por hacer en el difícil arte de la poesía. Entretanto, yo me fío de aquellos/as en cuya obra entreveo la presencia de Garcilaso, Quevedo, Espronceda, Bécquer, Machado, Cernuda o —sobre todo— Juan Ramón, cumbre indiscutible de la lírica española del XX.

Si además asoman (aunque sea demasiado) Baudelaire, Eliot, Stevens, Huidobro, Vallejo, Cavafis, Pessoa, etc., pues voy fiándome más. Luego ya madurarán, verrà la morte e avrà i nostri versi, y el tiempo hará su antología. Lo mejor y lo peor de la juventud es que se pasa sin que nos demos cuenta; y los/as poetas siempre han sido jóvenes antes que adultos. Unos han sido más afortunados o han recibido más atención que otros, unos han publicado más y/o en mejores editoriales que otros, pero eso no quita ni pone calidad, que es lo que a fin de cuentas importa, y en algunos hay mucha más que en otros: a la vuelta de los años, muchos que prometían se han esfumado, mientras florecen envidiablemente otros que nada bueno parecían augurar; es un proceso siempre interesante aunque, por temporadas, a uno puedan apetecerle más o menos tales zambullidas —el agua está tan fría a veces...—. Pero desde luego, pezqueñines sí, gracias, al menos en lo que a poesía se refiere.