El Departamento de Estado de la democracia más poderosa del mundo, Estados Unidos, publica un informe anual en el que repasa el estado de respeto hacia los derechos humanos fundamentales en diversos países, entre ellos España. Por lo visto, el informe del Departamento de Estado, equivalente a nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores, al mismo tiempo que no encuentra amenazas significativas a la observancia los derechos humanos en nuestro país, da la voz de alarma por hechos puntuales que atentan al libre ejercicio de la libertad de prensa. Entre ellos se citan declaraciones del presidente del Gobierno Pedro Sánchez criticando de forma genérica a los medios conservadores «que no aceptan los resultados de las urnas cuando no les favorecen». Tampoco podían faltar en ese punto declaraciones del exvicepresidente Pablo Iglesias, actualmente cobrando una pasta del paro, y de su adlátere Pablo Echenique. Al margen de las pocas simpatías que me suscitan los protagonistas objeto de la denuncia norteamericana, los dos últimos amamantados ideológica y financieramente por las dictaduras venezolana e iraní, no puedo encontrar un mejor ejemplo que ponga de manifiesto la veracidad del proverbio bíblico recogido en San Mateo 7, 3-5 y San Lucas 6, 41: «Hay quien aprecia la mota de paja en el ojo ajeno y no ve la viga en el propio».

Me parece bien que la administración de Joe Biden, representada en este caso por su secretario de Estado Antony Blinken, quiera pasar página de estos cuatro años protagonizados por un supremacista blanco, machista donde los haya, furibundo conculcador de los derechos de las minorías y enemigo declarado del medio ambiente como Donald Trump, pero una cosa es pasar página y otra olvidarse de los hirientes acontecimientos que tuvieron lugar en este país en los últimos años y meses. Para empezar, no hubo mayor ataque sistemático a la libertad de información que la llevada a cabo por el dedo de Trump tuiteando día sí y otro también insultos a los medios de comunicación que no eran los de su cuerda, o la Fox News por resumir. La conversión del calificativo fake news en sinónimo para designar medios como CNN y las grandes televisiones generalistas de Estados Unidos, no es un invento precisamente de Rusia o China, sino del mismo presidente del mismo país que se atreve en el informe mencionado a criticar los ataques a la prensa en España, por despreciables que sean. Ver para creer.

Y no solo fue el ataque sistemático de Trump a los medios de comunicación y a periodistas, alguno de los cuales directamente vetó de las ruedas de prensa de la Casa Blanca. También el comportamiento indecente y cruel de separar a niños de sus padres y madres en las prisiones que las autoridades de control fronterizo norteamericano mantienen en el límite con Méjico. No parece extraño con esos antecedentes que la presidencia de Trump terminara con un intento brutal de subvertir el resultado electoral de las elecciones y la incitación a sus partidarios a marchar sobre el Capitolio norteamericano para impedir la proclamación de su sucesor conforme a los preceptos constitucionales secularmente establecidos. Hablamos continuamente de vernos en una película de ciencia ficción por las calles vacías con ocasión de la pandemia del Covid 19, pero a mí también me pareció de ciencia ficción ver el asalto de una masa enfurecida al símbolo de la democracia americana, con el cornudo al frente.

Al igual que con la vacuna contra el Covid, algunos pensamos que la enloquecida presidencia de Trump habrá servido al menos de vacuna contra el populismo rampante que se desató desde el 2016, año en el que coincidieron el sorprendente resultado referéndum del Brexit con la no menos sorprendente elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. Ojalá sea así, pero tanto el Brexit como la etapa Trump han tenido consecuencias profundas en su imagen cara el resto del mundo. De momento, la Unión Europea, que ha visto con alivio la marcha de Trump y el advenimiento de una administración americana más templada y sensata, nunca olvidará los años de Trump y el desprecio sistemático de sus aliados europeos (excepto Polonia y Hungría, que caminan con paso firme al encuentro de su populismo extremo y conservadurismo patológico de Trump). Fruto de esa experiencia, probablemente, surge la resolución determinante de Alemania de tender puentes con China y Rusia, al margen o directamente enfrentada con la postura norteamericana actual de oposición frontal a ambos países.

La herencia de los años de Trump también está teniendo consecuencias nefastas en relación al racismo rampante que sufre una parte de la sociedad americana a manos de los supremacistas blancos tan comprendidos y alentados por el anterior presidente. Que la lucha contra la supresión de los derechos de las minorías sigue presente a través de los herederos de Trump, se manifiesta en la batería de leyes que están aprobando las legislaturas estatales controladas por los republicanos para suprimir de forma indirecta pero efectiva, la capacidad de expresar su voto por parte de los integrantes de estas minorías. Las acciones para dificultar el voto por correo o el voto anticipado, en un país que vota en laboral, la disminución del número de mesas para depositar el voto en determinados distritos dominados por los demócratas y el aumento de exigencias de identificación en un país sin un documento único de obligada aceptación por las autoridades, solo tienen una buscada y deliberada consecuencia: disminuir el número de votos de negros e hispanos, que apoyan abrumadoramente o mayoritariamente, en el caso hispano, a los candidatos demócratas.

Tales son los ataques a los derechos humanos por parte de los conservadores norteamericanos, transformados por el obra y gracia de Trump en rehenes de una minoría radical de sus votantes, que sorprende comprobar que las instituciones del país hayan sobrevivido. De la solidez de esas instituciones habla a gritos el rechazo por parte de tribunales de todos los niveles de los torticeros intentos legales por cambiar el resultado del Colegio Electoral, que esta vez favoreció e Biden en una proporción idéntica a la que favoreció a Trump en el 2016. Que los votos electorales estén tan sesgados en contra de las poblaciones urbanas y a favor de las rurales, y la incapacidad para cambiar las reglas, son un peligro que se cierne implacable sobre la democracia en dicho país, ahora y en el futuro.

Nadie nos garantiza que Norteamérica no vuelva a caer en manos de otro populista como Trump, probablemente más inteligente y efectivo. Por eso, aunque resulte igualmente encomiable, sería mejor que el Departamento de Estado proclamara sus críticas al resto de países sobre la observancia de los derechos humanos con más humildad y menos prepotencia.