A las vidas pequeñas se les piden sacrificios grandes. Las vidas pequeñas disponen de neveras enormes porque hoy todas lo son, si exceptuamos las de las habitaciones de los hoteles. Los frigoríficos, en fin, son grandes; los de segunda mano, más. En uno de segunda mano caben varias vidas pequeñas. Sé de nueve personas que comparten un piso y una nevera grande en la que con frecuencia no hay más que media docena de yogures caducados, a veces dos o tres potitos, caducados también, y una bandeja de chóped. Si abrieras ese mueble, te parecería tan frío y despoblado como el Polo Norte.

Cuando escucho lo que ganan los directivos de las grandes empresas españolas y lo comparo con el salario de una de estas vidas pequeñas, me parece que estoy dentro de un sueño. Hoy, la mayoría de los jóvenes viven vidas pequeñas, aunque tengan licenciaturas grandes. Ven la tele y cenan con sus padres antes de retirarse a sus habitaciones, donde revisan obsesivamente el móvil por si dentro de él hubiera sucedido algún prodigio: un correo electrónico de la última empresa en la que echaron el curriculum, por ejemplo. O cinco mil retuits de un texto suyo. O un millón de visionados de un vídeo que han colgado en YouTube. Esperan más del móvil que del frigorífico porque el frigorífico tiene los compartimentos contados.

El móvil, en cambio, está repleto de rincones, nunca se acaba de revisar del todo. Los mayores hacen la Bonoloto y los jóvenes exponen su mercancía (es decir, se exponen a sí mismos) en Instagram. Los viejos esperan la vacuna científica y ellos esperan un milagro de la sociología. Las vidas pequeñas viven de esperanzas grandes. A veces, el propietario de una de estas vidas pequeñas se despierta a las cuatro de la mañana, o a las cinco, y busca en la mesilla el blíster de los ansiolíticos, del que extrae un par con los que se marcha a la cocina, donde abre la nevera para coger la botella del agua. La nevera, a esas horas, con su luz blanca y fría, es un espejo de la desolación de las vidas pequeñas, es un espejo, una réplica, del vacío helado de nuestros corazones.

A ver qué pasa esta semana con la Bonoloto o con el Euromillón. O con el vídeo colgado en YouTube.