Una de las canciones más potentes y emotivas de Freddie Mercury al frente de Queen fue The Show Must Go On, que se publicó seis semanas antes de la muerte del genial músico británico, y aunque la firmó el grupo parece que la escribió Brian May para su amigo y compañero en esos últimos días en los que el sida iba a dar cuenta de su vida. En ella se habla de un inminente final que parece preparar a los fans para indicarles que, pese a todo, el espectáculo debe continuar. Esto es. Que no había que caer en el desaliento, porque la leyenda empezó a ser construida veintiún años antes en Londres.

Es un espectáculo bien diferente al que llevamos viviendo en la política murciana en los dos últimos años, pero con una especial intensidad en las seis semanas precedentes en las que hemos visto, oído, contemplado y escuchado casi de todo. Un espectáculo que cuenta con un elenco de funambulistas, trapecistas, charlatanes y payasos del mundo político que no le llegan a la altura de los zapatos a los verdaderos artistas circenses que, en otras época, provocaban la mayor de las sorpresas y hacían las delicias del respetable. Pero era eso, otro momento, en el que el asombro lo causaba lo extraordinario, aquello que resultaba hasta entonces desconocido. Pero no por la situación tragicómica en mitad de una pandemia que, aunque solo sea por respeto, debería llevar a comportamientos con ciertas dosis de mesura.

Hemos tenido de todo. Episodios de vacunaciones saltándose protocolos y cuyos protagonistas, tras ser descubiertos, nos regalaron con explicaciones y excusas de mal pagador (sobre todo de aquellos y aquellas que lo hicieron desde instancias morales que deberían servir de ejemplo en tiempos de incertidumbre). Una moción de censura como instrumento legítimo en la contienda política frustrada con la compra de voluntades, bañada con el desprecio a la firma y la palabra dadas, la percepción de sentirse parte del pueblo elegido por no se sabe bien qué dios, y encima, con ostentación y alevosía. Representantes políticos que deberían de ser patrón y modelo de buena política y que, por el contrario, en sus prácticas se han convertido en el mayor ejemplo a no seguir porque han desvirtuado el fin último del servidor público.

Pero aún hay más. Si hay que jugar con las instituciones, pues se juega. Si hay que salvar el puesto al precio que sea, pues se salva. En la calle hace frío y algunos de nuestros protagonistas no están dispuestos a volver a mirarse en el espejo de la realidad. Cual reyes y reinas desnudas solo quieren recibir halagos, y encima, con la soberbia y la prepotencia de pensar (y declarar) que los equivocados siempre son los otros. El resto de los mortales.

Llegados a este punto, que no pare la máquina. Que no se detenga, que continúe esta vorágine de locuras, despropósitos, parodias, falsedades, lugares comunes del esperpento, de la deformación constante de la realidad. Sin pausa, sin silencio que valga. Con una degradación tal de la política que no quede lugar alguno por construir un atisbo de cordura… Destrucción total, caos total, ruina total. Que a un despropósito le siga otro de igual calaña, al menos, que no quiebre la norma… no vaya a ser que podamos pensar que las cosas pueden suceder de otra manera. Señoras, señores, ciudadanos… el espectáculo debe continuar. Y visto lo visto, a buen seguro que tendremos nuevos capítulos.

Tiempo al tiempo.