Cuando se espera un bebé, la gran mayoría de los futuros padres elaboran largas listas con los posibles nombres que darán al recién nacido; incluso antes de saber el sexo, lo que obliga a redactar dos a la espera de que el misterio sea desvelado. En algunos casos, la pareja comparte las opciones con la familia, provocando que se viertan distintas opiniones y hasta se someta a votación.

Sin embargo, en otras circunstancias los nombres están ya elegidos antes incluso de la concepción del pequeño. Hay quienes continúan con la saga familiar y se convierten en herederos del título de padres y/o abuelos. En la genealogía de mi padre ocurre precisamente esto; hasta el punto de que tengo a mis primos por duplicado: Toñi ‘chica’ y Toñi ‘grande’, Manolo ‘chico’ y Manolo ‘grande’, Ginés ‘chico’ y Ginés ‘grande’, Adela ‘chica’ y Adela ‘grande’. No es broma. Y porque mi padre acabó con la costumbre, si no en el caso femenino contaríamos con hasta tres del mismo nombre: mi hermana sería Toñi y yo Adela, o viceversa.

En la elección del nombre, como en todo, suelen influir las modas. De ahí que haya generaciones en las que abunden determinadas denominaciones. Recuerdo que hace unos años estaban de moda nombres como Álvaro, David o Alejandro, en el caso masculino, y Natalia, Leticia o Yolanda, en el femenino. Después vinieron los Hugos, Martinas o Robertos. Últimamente, se llevan nombres como Martín, Izan, Leo; o Cayetana, Vega o Abril. Sin olvidar, por supuesto, la tendencia de los nombres extranjeros.

Aunque siempre quedarán los clásicos e impertérritos: Mari Carmen, Antonio, José, Ana o María, por ejemplo. También hay quien basa su decisión en el significado del mismo, pues en algunos casos nombres que no resultan demasiado atractivos pueden tener un sentido mucho más bello. Hay quien trata de dar personalidad con el nombre y, asímismo, quienes quieren ser modernos.

En tu caso, ‘Pequeño Ratón’, naciste ya con el nombre puesto. Aunque el tuyo es nombre bonito, jamás estuvo en mis listas o pensamientos. Sin embargo, tu padre tenía una bonita historia que contar ligada a sus orígenes y a su pueblo. Te llamas Alejandro, que significa el defensor, como el gran Alejandro Magno; pero también lo haces por un remoto antepasado que en siglo XVIII legó a Lorquí parte de su principal patrimonio artístico y cultural: tres piezas exquisitas del escultor Salzillo. Con él compartes apellido: Marco. Por eso, en recuerdo a la devoción y la admiración de tu padre llevas ese nombre.

Pero añadió un ‘de la Cruz’ que, aunque en su día me costó asimilar, puede que dé personalidad y temple a tu carácter. Aunque, como decía Saramago, «dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos».