E l pasado día 25 de marzo se cumplió el segundo centenario de la independencia de Grecia. Las nueve franjas de su bandera son el número de sílabas del lema, libertad o muerte (elefteria o zánatos). Sigue siendo un leitmotiv en una nación joven y un pueblo milenario que aún sufre el ‘austericidio’ impuesto por la troika comunitaria con políticas que engendraron más miseria y desigualdad.

Los lemas adoptados para el combate pueden ser tan potentes como maniqueos. En la misma línea, aquel ‘patria o muerte’ que pronunciara Fidel Castro para mantener candente la revolución. El eslogan lanzado por Díaz Ayuso, socialismo o libertad, corregido después por comunismo en el primer término, tiene mucho de ese contenido beligerante, armígero y ‘guerracivilista’ en que vive instalado cierto sector político, permanentemente en lucha contra enemigos más inventados que reales, y que pretende contagiar su histerismo al electorado; pedernal y eslabón encienden la yesca.

Someramente analizado, comprobamos la trampa y la falacia. No hay más que remontarse a nuestra historia reciente y recordar cómo se legalizó el PCE. Un empeño de Suárez contra los restos institucionales del franquismo, presentes en todos los órdenes del poder social y económico, por no decir las Fuerzas Armadas, más convencidas de ser baluarte de la lucha contra el comunismo que garantía del Estado de Derecho. Un Sábado Santo, con el país celebrando los oficios de Semana Santa, como este último en el que López Miras culmina su abrazo a la extrema derecha, ¡qué contraste! Recuerdo que por el tiempo de aquel ‘sábado rojo’ aún se mencionara que Jesucristo fuera un primer comunista a la manera de un protomártir, pero si bien la idea podía ser aceptable incluso para un cristiano conservador, la legalización del PCE era demasiado y la imagen de Suárez como presidente sensato y prudente empezó a socavarse.

Tiempo después se volvió a reivindicar su figura, ensalzado como artífice de la Transición. Las luces del abulense no son las de este siglo. Su inteligencia política, plausible, superlativa, tuvo escasos apoyos, incluso en el Consejo de Ministros. Pero sabía bien cual era el modelo de democracia que pretendía, el parlamentarismo de los países occidentales de nuestro entorno. La aspiración era gobernar un país libre y para ello debía contar con la oposición al régimen, con la otra España. La idea estaba clara: sin socialistas y comunistas, no habría libertad. Para que España alcanzar el marchamo democrático había que legalizar el PCE. Lo del pacto con Carrillo es bien sabido, la monarquía era incuestionable y el sistema parlamentario el objetivo.

Para quien no conoce la Historia es posible que socialismo y comunismo puedan confundirse en un mismo saco, pero un buen gobernante no debería jugar con la ignorancia de sus electores. Cualquier persona mínimamente leída sabe que la relación entre correligionarios de ambas ideologías es agua y aceite. Quien conozca la historia del movimiento obrero sabrá de las diferencias entre la II Internacional, socialista, y la III Internacional, comunista. Los socialistas y laboristas optaron por la vía parlamentaria y años más tarde se definió la socialdemocracia, ideología fundamental en la creación de la Unión Europea y el modelo de economía mixta que atempera las disfunciones del capitalismo. Mientras tanto, los comunistas, interpretando —y modificando— la primitiva línea marxista, se segregaban en leninistas, maoístas, estalinistas y hasta la incalificable versión de Abimael Guzmán llamada Pensamiento Gonzalo que derivó en Sendero Luminoso en Perú. Pero a esas alturas, el PCI italiano, el PCF francés, el PCE y el PSUC, entre otros, ya se habían desmarcado de la dirección soviética del Comintern, iniciando la vía del parlamentarismo a través del eurocomunismo.

Por eso, las acusaciones que desde ciertos sectores se lanzan hacia los comunistas españoles, acusándoles de querer implantar un régimen bolivariano son tan absurdas como el Sombrero de tres picos de Miguel Mihura y tan irrisorias como el humor de Gila o el de Tip y Coll. Cosa bien distinta es la simpatía por el castrismo, paralela al antiimperialismo norteamericano, pero entender eso exige un esfuerzo lejano a la simpleza en que se mueve la grey. Pensar que aún pervive el sueño de un paraíso comunista después de la caída del muro de Berlín es una completa distopía de ciertos sectores curiosamente afines a la peor pesadilla de Europa, la que provocaron el fascismo y el nazismo, la del fervor nacionalista, la obsesionada por un orden basado en la desigualdad, la exclusión del diferente, la xenofobia, la estratificación social fundada en el patrimonio y, en definitiva una plutocracia que deja en el margen de la sociedad a una cada vez más numerosa clase depauperada que, zaherida por la precariedad laboral, se aproxima al lumpenproletariado. Lo más paradójico del caso es que esa nueva clase de excluidos de las luces del capitalismo son el caldo de cultivo del neofascismo, no tiene conciencia de clase y es proclive a creer que la evitación de la miseria se alcanza siguiendo banderas y consignas que excluyen al diferente, con recetas tan simples como falaces.

¿Quién defiende la libertad en la ecuación? Supuestamente alguien que se define conservador y liberal, tras unas siglas que tienen en su haber algunos éxitos en nuestra democracia, aunque también algunas sombras. Pero realmente, el liberalismo auténtico languidece desde hace décadas; ahora es el neoliberalismo, populista y próximo a postulados trumpistas, dudosamente demócrata. En realidad, lejos del liberalismo y muy lejos de la democracia cristiana, la otra corriente esencial en la reconstrucción de Europa, la que abomina de la extrema derecha. Lo explicaba perfectamente Manuel Vals, el candidato estrella de Ciudadanos. Marchó de la formación naranja después de que ésta pactara indirectamente con Vox. Primer ministro de Francia con el Partido Socialista, de convicciones nada incompatibles con la libertad y con referentes muy señalados del socialismo europeo.

Nuestro presidente autonómico también se define como defensor de la libertad. Pero pacta con la extrema derecha y le concede la cartera de Educación para que establezca el ‘pin parental’ que quiere cargar de cadenas mentales a los jóvenes. Su concepto de libertad no llega ni siquiera a devaluado, es absolutamente falaz.