No, querido Sabina, sabes que te aprecio, te respeto y te gano al billar. Pero no nos vendáis motos que nos hagan creer que las putas son la novia de la flor de la saliva, el sexo con amor de los casados. Dueñas de un corazón tan cinco estrellas, que hasta el hijo de un Dios una vez las vio se fue con ellas. No nos cantes milongas que inviten a brindar ni pagues favores a quien esté más solo que la Luna.

No se debe embellecer el horror aunque venga en forma de canción, porque en lo único que podemos estar de acuerdo contigo y con los que piensan cómo tú es que son señoras. Pero señoras a las que hay que apoyar, ayudar a buscar una alternativa de vida, lo que resta mucho de fornicarlas por dinero, que además no reciben ellas, sino los dueños de sus vidas. Los mismos que deberían estar encerrados en un piso de cualquier polígono que huela a humedad y desde el que no puedan ver la luz del sol, que no puedan ver más luz que la de unos tubos chirriantes, y que beban miedo, mentira y soledad...

En este país se prestan cada día 142.857 servicios sexuales a cambio de dinero. Es una estimación, ya que resulta complicado calcular los beneficios de un negocio que la mayoría de las veces se realiza en la más absoluta clandestinidad. Pero si un informe policial constata que diariamente se mueven cinco millones de euros provenientes de la ‘trata de mujeres’, las cuentas están claras. Cinco millones de euros que se reparten unos pocos : proxenetas, chuloputas, mafiosos, traficantes, padrotes, rufianes, maipiolos, cafiches, mayates, chichifos, mediadores del horror y mil adjetivos más que definen a quien induce a la prostitución y vive de las ganancias del purgante trabajo que una mujer, pocas veces por voluntad propia, debe realizar para sobrevivir. Y lo que es aún peor, para que sobrevivan sus hijos tras las amenazas recibidas en caso de negarse a ejercer la profesión más antigua del mundo.

Y está claro, si hay mujeres sometidas y muertas de miedo que cada día deben practicar todo tipo de aberraciones para contentar a un cliente es porque en este país, aferrándome a los datos policiales, hay más de 142.000 hombres que son cómplices de un delito, seres que miran hacia otro lado cuando tienen la cremallera bajada y que por 30 euros se convierten durante quince minutos en la autoridad máxima. El que decide lo que quiere y cómo lo quiere, el que tiene la capacidad de decisión sobre un cuerpo extraño que ha de apretar los dientes y aguantar las ganas de vomitar en el marco con atrezzo de terciopelo y luces de neón o a pie de carretera. Muchas horas durante muchos días, el mundo se desmorona bajo ese decorado para demasiadas mujeres. La dignidad baila con la sumisión y la supervivencia lo hace con la moral.

Malas parejas de baile son, seguro que se pisan los pies en una pista pegajosa y sucia a pie de polígono, por mucha belleza que Bertrand Bonello (Niza, 1968) nos quisiera mostrar en L’Apollonide: souvenirs de la maison close, (Francia, 2011) reflejando un burdel parisino de 1900, dónde una bonita ópera o incluso un kabuki japonés restan dureza a esos coitos humillantes y poéticos a la vez.

Quiero pensar que no todos los hombres de sienten satisfechos después de pagar por sexo. La decepción, la sensación de infidelidad a sus parejas, el sentimiento de soledad... Entonces ¿por qué repiten? ¿Por qué siguen alimentando esta lacra? Ojo, no hablo de hombres ajenos a ti. Tu marido o el mío, tu mejor amigo, el cura que bautiza a tus hijos, el panadero que amasa tu pan, el dentista que te hace una endodoncia... Todos, absolutamente todos pueden ser puteros, consumidores de sexo por dinero.

No hay un patrón que los identifique ni un estatus social que los defina o un nivel educativo o sociocultural que los exima de participar en esto. Y que no nos cuenten mentiras, sólo el 1% de las mujeres que se prostituyen lo hacen libremente. Lo que significa que el otro 99% son exportadas, exclavizadas, estafadas, porque las relaciones sexuales siempre deberían ser consentidas, deberían ser un intercambio de sensaciones y sentimientos entre las personas. En el momento que esto no pasa, por dinero, por necesidad, por miedo, ya no podemos hablar de un acto sexual, sino de una violación. Y no queremos vivir rodeadas de violadores, ni que os tachen de eso ¿verdad? Pues es fácil, no pagues por sexo. No alimentes las tragaderas ni las alforjas de indeseables mercaderes.

Parece que algo se mueve. Hace unos días la vicepresidenta primera del Gobierno, Carmen Calvo, anunció que se está preparando una ley para abolir la prostitución, y aunque algunas organizaciones partidarias de la regulación del trabajo sexual han manifestado su crispación y piensan que el Ejecutivo ‘quiere matar moscas a cañonazos’, es necesario que se hable de ello, que se analicen las formas y se consiga una solución.

Mientras tanto, no debemos pasar por alto que sólo en Murcia existen actualmente más de ochenta lugares (clubes y prostíbulos) amén de los pisos ilegales donde cada día y mientras no se aborda de manera radical esta lacra con la que diariamente convivimos, aunque para muchos se trate de un universo paralelo, cada veinticuatro horas que pasamos de brazos cruzados, un número muy alto de mujeres sufren mientras deberían no hacerlo, deberían estar felices viviendo en un mundo libre y cuidando a sus hijos, mujeres asesinadas en vida por los braguetazos y embestidas que un desalmado les propina, por la extorsión a la que un desalmado las somete y por el silencio al que todos nosotros, desalmados, les otorgamos.

Canción que escucho mientras escribo: Call me, Blondie. ❤❤❤